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2006/01/26

Tonterías peligrosas

Miguel Iríbar

El Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, estudia estos días una denuncia contra TVE por un sketch del dúo Cruz y Raya emitido en la noche de Fin de Año. En este, una pareja de niños explica a sus padres que éstos son adoptados, ya que a ellos (los niños) les habían dicho que no podían tener padres. Los padres, lógicamente, se asustan, y los niños bromean diciendo que “verás cuando se den cuenta de que son chinos”.

Lo que en apariencia es una simplona subversión de una situación para generar un efecto cómico constituye para la madre de una adoptada niña china, que veía ese día el programa con ella, un sangrante daño a “los derechos a la dignidad, al honor y a la igualdad sin discriminación por nacimiento o raza", y pide al Defensor que emprenda las acciones pertinentes contra RTVE con el objetivo primario de que se prohíba la reposición del programa. Al parecer, la niña, de 4 años de edad, se mostró muy inquieta y aún no ha superado la desagradable sensación.

Sin el ánimo de pretender que la niña deba entender la situación, que la madre deje de protestar o que el propio sketch tenga más gracia que la que tiene, sí parece importante alarmarse ante el hecho de que cualquier “afectado” de esta índole pueda llegar al Defensor del Pueblo y su denuncia a los medios de comunicación. Corrijo: el problema no radica en el afectado, que debe tener garantizado ese derecho a protestar, sino en hacerle caso sólo porque su caso ha llegado a los medios. Sólo falta que la noticia aparezca en televisión dos o tres veces seguidas, o que la madre pasee su indignación por cualquier plató, para que TVE se redima de tan grave falta y decida quemar las copias del programa antes de que el Defensor llegue a leer el texto completo de la denuncia.

Este asunto no es nuevo. El año pasado se retiraba un anuncio de la empresa “Boccatta” por la supuesta ridiculización del mundo rural. Por aquella misma época, AXE era tachado de machista por un anuncio en el que algunas mujeres se vestían como zorrones en situaciones nada proclives a ello, para atraer a varones ungidos con el desodorante en cuestión. Ambos fueron retirados en una o varias cadenas de televisión. Hace poco, una unión de empresarios de aceitunas de mesa criticaba duramente a una empresa de vuelos comerciales por decir en su spot que sólo con quitar una aceituna del martini, la compañía x ahorró millones de euros, y les pedía la retirada inmediata del mismo. En otro aberrante caso, recuerdo que Andrés Pajares contaba en una rueda de prensa que una serie en la que él participaba suprimió la presencia de un actor negro y homosexual, debido a la avalancha de cartas de protesta por la simple existencia de ese personaje que aparecía como alguien “normal”, y no como un desviado. Nadie estaba de acuerdo con aquellas opiniones, pero aquellas cartas dejaron sin trabajo a un señor negro que sencillamente interpretaba a un maricón.

La estupidez no suele tener límites, y detrás de una persona con derecho a protestar aparece casi siempre una retahíla de tristes personajillos, a saber: el típico imbécil que quiere colgarse una inmerecida medalla, el acojonado responsable de la imagen del “ofensor” que quiere quitarse el marrón cuanto antes, un político mediocre que necesita proyección para ser un títere de primera y no de segunda, y unos medios que amplifican la noticia hasta provocar la demagógica alarma pública que les permita sacar tajada de un asunto que en algunos casos puede, efectivamente, ser delicado para la persona “afectada”, pero que en otro gran número de casos se queda en un simple y molesto pitido de matasuegras.

El asunto tampoco es sencillo. A uno puede parecerle muy claro que podemos bromear sobre las adopciones chinas, pero no dirá lo mismo si bromeamos sobre gasear judíos en un campo de concentración. Y casi nadie suele protestar en los medios cuando una niña de 9 años aparece cantando en un concurso de televisión vestida de prostituta barata, mientras que para otros tal episodio resulta mucho más grave que algunos casos leves de pederastia.
No queda claro dónde poner el límite, pero sí resulta obvio que la decisión de censurar determinados contenidos viene dada a menudo por una mera cuestión de imagen pública o búsqueda de interés económico, o por dar eco a mentalidades reaccionarias que terminan haciendo demasiado bulto, o simplemente por ese “qué dirán” que tanto miedo da a los ejecutivos de cuentas cuyo trabajo es vender lo máximo al máximo número de clientes.

A este paso, si por algunos fuera, habría análisis obligatorios de sangre a todas las modelos que promocionen marcas de perfumes para no repetir casos como el de Kate Moss, esa farlopera peligrosa, o se eliminarían todas las escenas de héroes del cine clásico fumando cigarrillos para no dar mal ejemplo a la sociedad. Basta que alguien lo proponga para que aquel que ose contradecirlo sea sospechoso de apoyar o practicar dichas conductas, y no de apoyar o practicar el libre criterio. A los que creen que todo vale con tal de no provocar ningún disgusto, a los que sólo creen en la televisión y en el humor de “picha flofa”, podríamos comentarles que en la sociedad, esa que tanto protegen para conservar sus despachitos, tal vez somos tontos, sí, pero no gilipollas.

1 comentario:

danicurri dijo...

queridos amiguetes, me voy a conectar a internet en breve pero no sé por qué compañía decantarme;por fa, despejarme las dudas. chao.