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2006/01/12

Se cargaron el porno


Linda Lovelace, la mítica “Garganta Profunda” de los años 70, falleció hace ya cuatro años, pero todo el espíritu de lo que representaba murió mucho antes. Me refiero a ese intento fallido que se llamó la ficción pornográfica, y que vivió con el emblemático título de Gerard Damiano, en una sola existencia, todo su esplendor y decadencia. Resulta desolador comprobar cómo un género de tan corta vida (es cierto, la pornografía empezó con los Lumiere, pero la ficción pornográfica, con claqueta y guión, no tiene más de cuatro décadas) ha acabado convirtiéndose en el más mediocre, aburrido y carente de talento de todos los que se sitúan en el espectro audiovisual, lo que no es poco teniendo en cuenta la ínfima factura de muchos de los productos destinados al consumo masivo. No sería justo afirmar que “Garganta Profunda” es una buena película, pero sí sería del todo injusto concluir con que esta obra no supone un culmen dentro del género. Que la cumbre de un género se alcance con la primera obra resulta algo insólito. De acuerdo, podrá aducirse, que el género pornográfico tiene grandes limitaciones por su propia condición, por su destino como producto, pero, ¿no podía evitarse tanta mediocridad? ¿Era realmente imposible producir algo mínimamente digerible? No nos engañemos: el porno es incompatible con el arte y ensayo; nadie tendría la desfachatez de reivindicar a un Truffaut en el género. Sin embargo, también es producto de entretenimiento. ¿Y es que acaso una buena comedia no entretiene? ¿Y es que acaso no hay musicales casposos y pésimos en la misma proporción en que otros son considerados verdaderas obras de arte? La mojigatería y las limitaciones intrínsecas son escollos indudables del porno, pero tiene que haber algo más. Y ese algo más es la televisión. El vídeo, como cantaban los lobotomizados Buggles, asesinó a la estrella de la radio. Y la televisión, como podría llorarse ahora, mató a la estrella del porno. Qué es sino eso lo que se ha logrado con las emisiones maratonianas de sicalipsis de madrugada: el consumo indiscriminado de acrobacias y anatomía, el canjeo del erotismo y la sugerencia por una ruleta interminable de lucha libre sin palabras que nos devuelve a nuestra animalidad más primaria. Así, ¿quién quiere imaginación? ¿A quién le importa la creatividad? Se lo han cargado. Se han cargado el porno. La tele ha propiciado el milagro: con sólo apretar el botón, puedo pasar de un extenso repertorio de cunnilingus a un completo juego de cuchillos por el módico precio de 50 euros contra reembolso.

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