Blog libre e independiente sobre televisión. Noticias, críticas y análisis de nuestra realidad catódica desde el criterio y la libertad.

2006/04/25

El homo videns, la información y la democracia (y dos)

(Continuación del post anterior)

Tal vez sea éste el aspecto más polémico del ensayo de Sartori. En su obra, como ya comenté en el artículo anterior, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Según él, esta situación significa un grave peligro para la democracia.

Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.

Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán de buscar siempre lo novedoso y excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.

El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.

Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista. Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).

Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los estados del bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas, para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.

La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.

Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.

2006/04/24

El Gran Wyoming está de vuelta

Para evitar la sobredosis catódico-cofrade, me zambullí durante el pasado fin de semana en el universo TDT. Además de llevarme una sorpresa con La Sexta (creo que tiene bastantes potencialidades, y desde luego es mucho más atractiva de lo que lo era la Cuatro en su arranque), tuve la oportunidad de volver a encontrarme con El Gran Wyoming. Se podrán decir muchas cosas de este animal mediático, se le podrán coser al cuello todas las etiquetas ideológicas que se quiera, pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un verdadero monstruo televisivo, una de las figuras más creativas, ingeniosas y estimulantes del panorama audiovisual nacional.

Ahora su programa se llama “El Intermedio”. En él, Wyoming milita como diletante deslenguado. La diana de sus iras son los medios de comunicación. Se contiene, pero es una contención sólo aparente, ya que el refuerzo de las canas le ayuda a cabalgar a lomos de una sobriedad cínica en la que parece sentirse muy a gusto. No tiene que engañar a nadie: se sabe socialdemócrata, en ocasiones liberal, pero siempre, y ante todo, agudo en sus observaciones, predispuesto a la caricatura desacomplejada, a la burla argumentada y casi siempre irónica. La única crítica que puede hacérsele es, si acaso, esa: su tendencia “progre”. Que en realidad no es asumible como crítica, de igual modo que la filiación nazi no resta valor a la potencia visual de los documentales de Riefehnstal, ni la connivencia de Céline con el gobierno de Vichy logró mutilar nunca el pellizco de algunos párrafos de “Viaje al fin de la noche”. Dos casos que, de cualquier modo, no resultan comparables, ya que Wyoming, como Groucho Marx o Woody Allen, siempre ha mantenido su lucha en el terreno cordial y ácido de la palabra.
El programa recuerda a “Noche Hache”, a medio camino entre el magazín y el late night, pero es semanal y eso se nota: los chistes, aunque aparentemente improvisados, están muy labrados, de forma que es difícil no entregarse a la sonrisa. Además está Wyoming, que ejerce de perfecto maestro de ceremonias. Nada que ver con aquel Wyoming nervioso de “La Azotea”, que parecía no encontrar su sitio y que acabó cayendo por el balcón de la audiencia. Éste de ahora es el mejor de Caiga Quien Caiga (cuando ese programa era todavía CQC, y no el compendio de monigotadas y efectos de PlayStation en que se ha convertido ahora), el mismo de “El peor programa de la semana”, pero más cáustico y cínico si cabe. Está de vuelta, pero una vuelta que le sienta muy bien. Recomiendo a todos, sean del signo que sean, que dejen la ideología en casa y se sienten a ver este espectáculo. En medio de tanta bazofia, cosas como ésta lo reconcilian a uno con la tele.

2006/04/23

El advenimiento del homo videns

Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y de pensamiento simbólico.

El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente ésa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.

Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.

Dejando a un lado el mundo de las abstracciones, filosóficas o sociales, no podemos olvidar que el mundo de la ciencia no puede sobrevivir sin el pensamiento abstracto y por tanto le es necesario la formación en ese campo. Cada vez se hace más evidente la incapacidad real de mucho niños de leer (y cuando digo leer no me refiero al acto de juntar letras formando palabras y frases, sino a entender) problemas básicos de física o matemáticas. Muchas veces sabrían resolverlos con las armas físico-matemáticas que han aprendido, pero el problema es que simplemente leen el texto y no se enteran de nada. Después, cuando se les explica de una manera vulgar y directa, con ejemplos concretos, lo que les pedía el susodicho problema, se les ve confusos, extrañados; se dan cuenta de que podrían haber intentado resolverlo. No había sido la física la traba. Había sido la compresión del texto.

Por último, una experiencia visual pero contada con palabras. En las principales estaciones del metro de Madrid fueron colocadas hace ya un tiempo grandes y pequeñas pantallas que emiten la programación de un canal propio, de la empresa, que da pequeñas noticias y emite infinita publicidad. El metro siempre ha sido reducto de lectores que aprovechan los a veces largos trayectos que se han de hacer por el subsuelo de la capital, para leer y no aburrirse. En estas estaciones, lentamente, se va imponiendo entre los usuarios la atención a la televisión. Hace poco, me dirigía con prisa hacia un andén de la estación de la Puerta del Sol. Justo al girar por el pasillo y entrar en él, la imagen que descubrí fue demoledora. Fue un segundo, como si el tiempo se parase. A lo largo de los andenes enfrentados, unas treinta o cuarenta personas dispersas, solitarias y silenciosas levantaban sus miradas vacías, perdidas y cansadas hacia las pantallas. Parecían autómatas. Las imágenes que veían eran mudas, no se escuchaba ni un ruido. Fue un segundo, pero al verlos allí, no pude dejar de pensar en alguno de los relatos febriles e inquietantes del atormentado Philip K. Dick y en las pesadillas totalitarias y alienantes de Orwell.

Continúa

2006/04/19

Paquirrín, o el nuevo Prometeo

Leporino García

Pongamos que Mary Shelley hubiera vivido en nuestro tiempo. Pongamos que en lugar de recluirse en aquel castillo victoriano junto a Byron y sus amigos lo hubiera hecho en un piso del barrio sevillano de Triana. En tal supuesto, estoy seguro de que, en lugar de un personaje como Frankenstein, hubiera alumbrado una figura tan inquietante, triste y digna de compasión como Paquirrín. Y no estoy hablando del físico. Hablo de su condición de monstruo mediático, de engendro fabricado por las manos humanas con fines espurios que al final acaba volviéndose contra sus creadores. Shelley concibió al nuevo prometeo. Nuestro vertedero televisivo ha creado al prometeo mediático. Quico, Paquirrín, el Hijo de la Pantoja, todas son formas diferentes de aludir a un mismo icono: la personificación del daño que provocan los objetivos, los peligros de una vida moldeada por las cámaras. Las declaraciones de este fin de semana en el programa “Salsa Rosa” me recordaban los estertores del monstruo que perseguía al doctor Frankenstein por el Polo. Y aunque un asunto como éste resulta difícilmente abordable si no es desde la frivolidad, me parece que en realidad esconde un drama bastante serio.

Recuerdo que yo era muy pequeño cuando las cámaras ya seguían a aquel niño por las calles de Los Remedios. Su madre, la Pantoja, lo exhibía ante los medios como un triste trofeo y como evidencia dolorosa de su viudedad. El niño se recluía entre las piernas de sus mayores, y se le veía asustado ante la voracidad de los flashes. Cada uno de los movimientos de su madre, entregada a una existencia de plenitud mediática, eran también auscultados en la boca del niño. Los medios siguieron de cerca la aparente transformación de la viudedad dolorosa de la madre en una viudedad alegre y homosexual, que más tarde derivó en un carácter presuntamente ambicioso y, al decir de los medios, en una personalidad agresiva y egocéntrica. Por último, la Pantoja se ha transformado ahora en el símbolo del “trepismo”, gracias a su vinculación con Julián Muñoz, el continuador de Gil en el Imperio Marbella. Cada uno de los dolorosos episodios de su madre, el prometeo mediático los padeció como heridas contra su piel, heridas que a su vez iban forjando su condición de animal televisivo. Ahora Quico supera la veintena, y pacta con su creador: a cambio de dinero, ha vendido lo que le quedaba de intimidad a una televisión; él mismo se inmola en la plaza pública, se inflinge autolesiones que por otro lado le permitirán seguir sobreviviendo. Este vuelo kamikaze no augura buenos presagios. Confieso que el chaval me cae bien: espero no verlo perderse entre los fiordos del Polo.

2006/04/18

¿Quieres ser Dios?

Desde el pasado domingo, el canal neoyorquino A&E emite un nuevo y sorprendente reality. Con el título de Dios o la chica, plantea la disyuntiva más antigua y machista del Antiguo Testamento, la salvación frente a la tentación carnal femenina, y sitúa al planeta de los reality shows en una órbita hasta ahora desconocida: la órbita del misticismo. Cuatro jóvenes deberán escoger entre la fidelidad a su vocación religiosa o dejarse llevar por sus apetitos sexuales más primarios, representados en una Mujer 10 cuyo único cometido durante las 24 horas será poner frente a las cuerdas a los jóvenes concursantes.

El planteamiento de este nuevo reality, al margen de encumbrar a la mujer al estadio más sublime de objeto sexual (si habláramos de Pavlov, ellos serían los perros y ella la chuleta), plantea un interesante debate sobre la relación entre la televisión, la fama y la religión. Sin duda, la televisión se ha convertido hoy en el canal más infalible de acceso a la fama. El “famoso” adquirió todo su fundamento con la televisión; antes de esto, sólo existía el personaje popular, el hombre socialmente conocido, hábil para las relaciones, atractivo y dotado con carisma y talento; el modelo de personajes tan dispares como Cocó Chanel, Oscar Wilde o Truman Capote, considerados como reclamos que garantizaban el triunfo de cualquier encuentro social que quisiera alcanzar cierta notoriedad. La irrupción de la televisión convirtió la fama en algo muy diferente de lo que era hasta entonces, el “famoso” no tenía por qué tener más atribución ni adjetivo que el mero epíteto. En cuanto a la relación entre fama y religión, resulta obvia: constreñidos en nuestra condición de hombres finitos y limitados, la fama se plantea como el simulacro más próximo a lo divino. En 1967, en plena euforia de fama y excesos, Lennon pronunció aquella frase inolvidable: “Ya somos –en referencia a los Beatles- más famosos que Jesucristo”. Sin duda se trata de uno de los patinazos más sonados de la Historia del pop, pero también de uno de los testimonios más lúcidos de los peligros de la fama. En El show de Truman, el personaje principal llega a convertirse no sólo en un ser entañable para generaciones de televidentes, sino en un trasunto de Dios, alguien alabado y admirado, todo un modelo de referencia ética. Ahora, por primera vez, un programa de televisión afronta esta relación de forma directa, sin devaneos ni pretextos. Logrando sortear las tentaciones de la carne, como Jesucristo rechazó las ofrendas envenenadas del Demonio en el desierto, el personaje televisivo alcanzará la fama, y lo hará a la manera de Dios: empeñando su propio sacrificio y la negación de su humanidad. Se convertirá así en un modelo a seguir, un profeta catódico, alguien a tener muy en cuenta para todo lo referente a la moralidad. Algo así como el Padre Apeles, pero con una fe testada ante notario.

2006/04/17

Doce meses, doce estafas

La Responsabilidad Social Corporativa, ese engendro creado por los gurús del management y el marketing en los años 60 para lavar la mala conciencia de las grandes multinacionales, ha irrumpido también con fuerza en la esfera de los mass media. En el panorama empresarial actual, cualquier gran compañía que se precie debe tender a promover políticas que favorezcan la mejora social, laboral y medioambiental de su ámbito de actuación. Es la consolidación del modelo de “empresa amable”, respetuosa con el entorno y –aparentemente- nada fiera. En nuestra televisión, el modelo de empresa afín a los principios de la RSC está representado por Telecinco, a través de su proyecto bandera de “12 meses, 12 causas”. Un proyecto que, después de varios años de rodaje, ha resultado ser bastante vacuo y carente de sentido, y viene a representar de manera muy gráfica la incoherencia e inconsistencia que, más allá de la apariencia, tienen los principios de la responsabilidad social corporativa aplicada al mundo de la empresa audiovisual.

Por encima de los eslóganes y los titulares, resulta evidente que Telecinco incumple a través de su programación diaria todos los principios que defiende mediante sus presuntas causas benéficas mensuales. Empezando por la protección al menor, que se viola de manera sistemática cada día de emisión, y continuando por la defensa de los derechos de la mujer (la mujer como objeto es representada no sólo en la publicidad, sino también en los programas de emisión nocturna), el respeto a la dignidad de la persona o la lucha contra la pobreza (la ostentación de la gala de Miss España –no hablamos del mal gusto- o los contratos multimillonarios para la emisión de la Fórmula 1 representan en sí mismo verdaderos insultos a esta supuesta lucha), a lo largo de toda la programación de la cadena se constata una pasmosa y descarada disfunción con respecto hacia esos supuestos principios que al final se queda en nada.

Llegados a este extremo cabe preguntar: ¿qué beneficio reporta a Telecinco esta estrategia? ¿Resulta rentable propagar valores por el mero hecho de propagarlos, aunque luego sobre la práctica se demuestre su ausencia de fundamento y su incoherencia con respecto al “discurso práctico” del canal? ¿No se trata, sin más, de un fraude al espectador, de un maquillaje indecente de la realidad, de pura cosmética barata? En tal caso, propongo que le cambien sin más el nombre. Además de más sincero, “Doce meses, doce estafas” resultaría más contundente y agresivo. Y vendería más, que es de lo que al final se trata.

2006/04/12

La Semana Santa y la televisión

Otra vez está aquí. El eterno regreso. La Semana Santa, ésa que para muchos ya sólo es santa debido a que se sigue escribiendo con mayúsculas en señal de extraño respeto al recuerdo, camina ya por su ecuador, dispuesta a festejar sus días grandes. Uno, que hace ya casi siete años que abandonó Sevilla (verdadero centro neurálgico de este evento folclórico-religioso) no puede dejar de recordar aquellas madrugadas de jueves santo que aprovechábamos para salir toda la noche y montar formidables botellonas. Enfrentándonos así a otros jóvenes, que iban de tradicionalistas durante esa semana, para dejar las del resto del año para ser más crápulas aún que nosotros. Porque sí, aunque algunos las descubren ahora con sorpresa y miedo, las botellonas (o sus vertiente masculina, los botellones) ya tenían lugar de manera masificada hace más de diez años. Con los mismos problemas que hoy se plantean como irresolubles y las mismas tergiversaciones de la realidad. Pero volvamos al tema. La Semana Santa, televisivamente hablando, es el hecho noticioso más monótono y repetitivo del año, junto a las navidades y la vuelta al colegio después del verano. Seguramente el más cansino y aburrido de ellos, por su pretensión de trascendencia y la invasión social que supone.

Andalucía y principalmente Sevilla se convierte en esta semana en fuente inagotable de anécdotas e historias con las que rellenar las horas muertas de la televisión y los vacíos informativos de los telediarios. No sólo se exprime esa tierra, también se aprovecha para mostrar con total crudeza y sin cuestionarse nada, imágenes de tíos que arrastran cruces por las calles de sus pueblos, caminan descalzos soportando latigazos o realizan las más brutales penitencias. Estos actos son expuestos sin pudor, como algo natural, propio de la época, y no como lo que son, actos fanáticos que rayan la locura. Algunos lo califican de folclore popular. Vamos, como lo de tirar la cabra desde el campanario. Lo mismo. Pero la televisión siempre termina girando sus ojos humorísticos hacia Sevilla. Yo creo que los directores de algunos informativos se frotan las manos cuando escuchan pronósticos de lluvia para estos días. Con ello se aseguran esos dramas humanos que tanto gustan a unos, hacen sonreír despectivamente a otros y provocan la risa sardónica a más de uno ¿Qué sería de una Semana Santa sin las imágenes de ese crío que llora desconsolado con el capirote entre las manos tras recibir la noticia de que la lluvia impide la salida de su hermandad? Pobrecito...Si llorara así por no ir a la escuela...Después te muestran a los nazarenos o a miembros de la banda de música que expresan su desesperación ante el fiasco de su día grande (nada peor que perder el protagonismo que lleva uno esperando todo el año). Observamos miradas intensas lanzadas al cielo (como preguntándose el porqué de ese castigo divino) de personas que hacen como que no ven que les graban. Aparece la típica señora que comenta entre lágrimas que no sabe que es lo que va a hacer ella este año sin haber visto a su virgen desfilar. O el caballero cicunspecto y perfectamente enchaquetado que indica que él llevaba todo el año esperando y preparando la salida de la hermandad y que toda la ilusión y trabajo de todo el año se ha ido al traste.

Material televisivo de primera. Todo el sentimentalismo vacío y rancio posible en un solo suceso. Si no fuera porque ya está tan gastado y manoseado. Y porque ya sabemos además que ese crío estará en dos horas jugando a la Play, tal vez contento de haberse evitado la caminata ésa que hace más ilusión al padre que al chaval (digamos la verdad); que los de las miradas intensas cuando hayan sentido que ya no les graban se habrán marchado a casa hablando de fútbol; que las lágrimas de esa mujer se habrán transformado en dardos dialécticos, faltos de la piedad que representaba anteriormente, que estará lanzando a algún familiar o vecino ausente; y que ese tío que hablaba de falta de ilusión estará hinchándose de cervezas y jamón con los amigos (jamás con su mujer) en el bar más cercano.

Todo es un show. Folclore lo llaman otros para darle una pátina de dignidad. Cansados estamos los que vemos esto desde la barrera (porque no nos interesa como hecho religioso y como folclore preferimos disfrutar de otros eventos menos pretenciosos, menos cerrados, menos falsos y menos excluyentes) de que nos digan que no somos lo suficientemente abiertos para disfrutar de él. O peor, de que nos digan que no deberíamos opinar sobre ello. Como si fuera la crítica una falta de respeto a las creencias de otros, a su intimidad religiosa...¿Intimidad? ¿Algo que se impone socialmente de la manera más brutal a través de los medios de comunicación, y que arrebata al ciudadano normal gran parte de las ciudades donde habita? ¿Intimidad? No, la Semana Santa, como tal ,con mayúsculas, invade completamente la esfera pública, y por eso se hace acreedora de las mismas críticas que cualquier evento de esta índole.

Por introducir algo positivo respecto a ella, mencionemos que durante esta semana todas la televisiones (originales ellas) además de poner las series más tontas y más antiguas para rellenar la programación vacacional, emiten todo un arsenal de películas basadas en el cristianismo, algunas de extraordinaria calidad. Así, es la hora de volver a ver Quo Vadis (con el magnífico Peter Ustinov haciendo de un impagable Nerón), La túnica sagrada, Las sandalias del pescador, Los diez mandamientos, Barrabás, alguna de la muchas películas basadas en la vida de Jesús, Ben Hur... Suelen poner también, años tras año, una película que no tiene nada que ver con los cristianos pero que imagino que emiten porque salen romanos y ya se sabe, todo se mezcla. Estoy hablando de la maravillosa Espartaco de Kubrick y Kirk Douglas. En esta época de Internet y DVD ya no es tan necesario como antes acudir a la televisión y sus horribles anuncios para disfrutar de estas películas, pero es justo reconocer que gracias a la Semana Santa muchos descubrimos y nos emocionamos con algunas de ellas.

Pobre consuelo

2006/04/06

Quién es (de)quién en los medios de comunicación

El fichaje de Antonio García Ferreras por la Sexta, tras deshojar la margarita entre volver a la que siempre fue su casa, Prisa (antes de su aventura en el área de comunicación de Real Madrid) o comprometerse con la nueva cadena (parece que podría ser el próximo director de informativos) me ha servido para reflexionar sobre la endogamia, las extrañas conexiones, los intereses creados y los juegos de poder que ocultan los medios de comunicación españoles mas relevantes.

Comencemos por ejemplo con Antena3. Observamos que su principal accionista es el grupo Planeta, propiedad del empresario catalán Lara. Es decir, la cadena que el PP puso en manos del compañero de pupitre de Aznar (Villalonga) a partir de la cuál, y a base de talón e influencias, se intentó construir un imperio mediático alternativo al imperio polanquista, fue traspasada, tras la caída en desgracia del amiguísimo y la venta posterior de la deficitaria Vía Digital, a dicha empresa (Planeta) para que le inyectara dinero y siguiera con la línea ideológica marcada en la anterior etapa. Lara compró también Onda Cero (venía en el paquete) encontrándose así con el marrón heredado de Kiss Fm y los millones que le debía a ese oscuro personaje que es Blas Herrero. Al mismo tiempo Lara apoyó, como máximo accionista, la creación de La Razón, proyecto parido por un Ansón que salía rebotado de ABC y que conformó el periódico de tirada nacional más conservador posible. Ése cuyas portadas dejan en pañales a las de los diarios amarillistas británicos. Recuerdo algunas míticas, como aquélla en la que ponía las caras terribles de unos inmigrantes, alertando así del proceso de regularización que se estaba realizando. La cosa fue que, como empresario catalán que era, Lara se vio obligado a pagar peaje al gobierno catalán y hacerse también con el paquete accionarial más importante del diario Avui, baluarte mediático del nacionalismo catalán. La esquizofrenia ideológica ronda a Lara sin afectarle demasiado. Alguno dirá que eso demuestra que tan sólo es un empresario que busca beneficios y no le importa apoyar diferentes causas plurales.

Podría ser, pero el problema se presenta cuando esos medios de comunicación carecen de toda objetividad y son los responsables de las mayores crispaciones, atentando contra la verdad , manipulando y enfrentando a unos ciudadanos contra otros. Personajes así, sin escrúpulos, que utilizan e influyen en los medios de comunicación para que fomenten la confrontación y no la reflexión sólo para extraer los máximos beneficios, podrán ser capitalistas modelos para algunos, pero son un peligro social para todos.

Ha salido Ansón a la palestra, sigamos ese hilo. Siempre se creyó el hombre clave de sus proyectos mediáticos, la cabeza pensante, el galáctico. De ahí sus rebotes cuando los que tienen la pasta lo apartan sin contemplaciones cuando ya no les sirve. Abandonó (le echaron) el ABC de Vocento para fundar La Razón y hace poco dejó (le apartaron) La Razón para integrarse en el complejo mediático que el siniestro neocon Julio Ariza (Grupo Intereconomía) está creando al abrigo de las discutibles concesiones televisivas que el PP está otorgando en las Comunidades donde gobierna. Ansón ya ha creado para Ariza, el que será nuevo periódico nacional en poco tiempo: La Nación del Tercer Milenio. Hemos hablado del ABC (es decir Vocento, su principal accionista) que es sin duda el clásico de los clásicos de la prensa de derechas de este país (ahora en guerra con la COPE por la pérdida de influencia entre su base social).

Pero Vocento también posee el 13% de Tele5, la televisión que más se enfrentó al Gobierno de Aznar, tanto en el tema del Prestige, como sobre todo en el asunto de la participación española en la invasión de Irak. Confuso, ¿no?. Pues más confuso resulta sabiendo que el máximo accionista de T5 es Mediaset (51%), empresa que pertenece al imperio de Berlusconi. Vamos, que T5 criticaba a Aznar gracias al capital del tío que metió a los italianos en la invasión de Irak y del grupo que se dirige mayoritariamente a la base social del PP. Muy divertido. Todo por la pasta.

Ahora llegamos a La Sexta. Comenzamos con la lucha entre las productoras dueñas más importantes. Globomedia, con sede en Madrid, trata de liderar la cadena apoyada por el PSOE nacional, enfrentándose así amistosamente, a Mediapro, con sede en Cataluña y apoyada por el PSC. Ambas pues, amistosamente, luchan ferozmente por hacerse el control ideológico de la cadena mientras proclaman de forma jovial y divertida, que tan sólo quieren entretener y divertir. ¡Qué divertidos somos todos! ¡Qué bien nos lo pasamos! Mientras, su consejero delegado es José Miguel Contreras, un nuevo amiguísimo (en este caso de Zapatero) que hasta ayer fue asesor del presidente del gobierno en la Moncloa, así como habitual de los partidillos de baloncesto con ZP (¿dónde habrán metido las pistas de padel de Aznar?...¡Qué tiempos aquellos, Pedro J.!). Como decía al principio: endogamia ,enchufes, conexiones oscuras...

Las concesiones analógicas del PSOE fueron muy independientes, sí señor. Para terminar con La Sexta, recordemos que las productoras consiguieron el típico socio inversor (Televisa) que posee el 40% del canal, pero ni pincha ni corta, a la espera, eso sí, de que esos enfrentamientos amables anteriormente mencionados, le permitan emerger y hacerse con el control. Seguro que el león mexicano no desaprovechará la oportunidad si se le presenta.

Y gracias a Televisa terminamos nuestro recorrido de conexiones, porque el gigante de la comunicación latinoamericana es aliado estratégico en la radio mexicana de...Prisa...¡Nuestro entrañable Polancone! No por archiconocidas sus posesiones han de dejar de tener su hueco en este repaso. Polanco no sufre de la esquizofrenia de Lara. Nunca ha tratado de adaptarse a la realidad y aprovecharse de ella. Descubrió hace mucho tiempo que le era más fácil (y rentable) adaptar la realidad a su negocio y empaquetársela bonita a los miles progres biempensantes que pululan ya no sólo por España, sino también por el mundo.

Hemos llegado pues a La Cuatro (Canal Plus en abierto...¡ja!) y sus telediarios de autor (hay que ver las tonterías que se dicen) pero sin fisuras y sin fronteras caminamos sin contratiempos por las tierras de la Ser, Digital Plus, El País, Cinco días, el As, los 40 principales, Localia, el Correo de Andalucía, el Correo de Jaén. Seguimos: Santillana, Alfaguara, la cadena de cines Warner Lusomundo, producción de cine a través de Sogecable...En el imperio mediático de Polanco no se pone el sol, no hay fronteras: 25% de Le Monde Diplomatique, incursión en el mercado latinoamericano, en radio Caracol, en la radio mexicana, en la prensa boliviana, intereses en Chile, Panamá, recién incorporado al mercado de la comunicación portugués como socio preferente del grupo más importante de ese país...

En el fondo, éste ha sido un somero repaso para poner de manifiesto la incoherencias , los chanchullos, los vínculos y las premisas de las que parten todo aquello que vemos, escuchamos y leemos en los medios de comunicación. Tal vez conociendo un tanto las entrañas de la bestia se comprenda mejor el porqué de mucho de lo que nos cuentan y la forma en la que nos lo cuentan.