Blog libre e independiente sobre televisión. Noticias, críticas y análisis de nuestra realidad catódica desde el criterio y la libertad.

2006/08/31

No hay quien se lo crea

Con estupor asisto en estos días a la campaña institucional promovida conjuntamente por el Ministerio del Interior y la cadena de comida rápida MacDonald’s para favorecer el uso del cinturón en los automóviles (“Haz click” es el eslogan). Resulta del todo comprensible y recomendable que la Dirección General de Tráfico lleve a cabo una campaña de concienciación sobre este importante aspecto de la seguridad vial, pero lo que resulta inconcebible es que se preste a hacer el viaje con semejante compañero. En su lucha permanente por lavarse la cara ante los que acusan a la multinacional norteamericana de estar inculcando valores alimenticios insanos entre los más jóvenes, MacDonald’s está en su derecho de recurrir a erigirse en el defensor de la salud pública apelando a uno de los problemas más graves que padece la sociedad española, la elevada mortandad en carretera, pero lo que no puede entenderse es que el Gobierno español permita que su imagen sea utilizada para este programa que no es más que una estrategia velada de marketing empresarial.

Cualquier persona informada conoce lo que significa MacDonald’s; sabe el flaco favor que le ha hecho a generaciones de ciudadanos sobre y mal alimentados; también conocen su modelo de negocio, sustentado, al igual que su comida, sobre la contratación basura. La generación de riqueza y empleo de esta multinacional es tan endeble y discutible como su contribución a la gastronomía mundial. En 2004, Morgan Spurlock nos demostró con aquel happening del colesterol llamado “Super size me” lo peligrosa que podía ser una alimentación fundamentada exclusivamente en la ingesta de comida McDonald’s; Werner y Weiss, en la primera edición de “El libro negro de las marcas”, señalaban a MacDonald’s como una de las tres empresas más “infames” de la economía mundial. Existen numerosas leyendas urbanas -esa expresión latente del subconsciente colectivo- en torno a la “experiencia MacDonald’s”. Probablemente la que tenga más predicamento sea aquella que aludía a una persona que encontró una pata de rata dentro de una hamburguesa. Particularmente, no concibo un personaje más siniestro e inquietante que el payaso de MacDonald’s, el tal Ronald MacDonald’s. Él es quien protagoniza el anuncio del cinturón, del que lo mejor que puede decirse es que consigue captar la atención: uno espera que en cualquier momento el payaso saque una hamburguesa o un cuchillo del bombacho.

Ignoro qué hay detrás de este anuncio. Qué cláusulas conforman el convenio de colaboración que habrán suscrito el Ministerio y la cadena norteamericana. Cuál es la contraprestación económica, a qué compromete a cada uno. De lo que sí estoy seguro es de la incredulidad que provoca en muchos espectadores. Hay empresas a las que la función social les funciona, pero en el caso de MacDonald’s no hay quien se lo crea. Y dentro de ese "quien" debería estar el propio Ministerio.

2006/08/18

Los picores de María Patiño

Leporino García

Hace algunas semanas, coincidí con la periodista María Patiño cuando salía de hacer ejercicio de su gimnasio habitual. La simpar cronista del cuore, princesa de la estridencia, juez intachable de las conductas de los famosos, debía tener un problema de escozor en la zona alta de sus nalgas, justamente donde las nalgas pierden ese nombre: la susodicha no paraba de toquetearse y rascarse, incapaz de contener el picor.

En ese momento, me vinieron a la cabeza decenas de imágenes televisivas de grabaciones ilícitas a famosos, que sirven de soporte a los programas habituales del corazón: toreros hurgándose las narices, presentadoras rozándose con sus parejas en discotecas, caminares mareados de actores pasados de copas...

El Mundo llevaba precisamente a su portada del dominical de esta semana el rostro de una María Patiño sonriente y chic, sonriendo perspicaz al objetivo detrás de unas gafas de lo más cool. El magazine dominical de El Mundo es una publicación seria, pero al ver la portada he imaginado qué bien hubiera lucido esa otra portada con la Patiño y sus problemas cutáneos en las partes bajas.

Creo que hay mucha gente que está esperando eso: el público está cansado de ver a la fauna de comentaristas del corazón revolviéndose en la ponzoña de la crítica agresiva y desmedida contra los famosos, y cada vez más –lo constato en los bares, en los cafés del trabajo, entre los amigos- reclama que este elenco de personajuchos vampíricos se convierta en objetivo del escarnio.

En estos tiempos de barroquismo televisivo, donde cada día surgen propuestas a cual más descabellada, sería interesante plantear un espacio dedicado a seguir la vida y miserias de la carroña del corazón. A qué dedican su tiempo, de qué manera se emborrachan, cómo engañan a sus parejas; cuánto cobran por contar sus patrañas, en qué momento les abandona el desodorante, cómo resuelven en plena calle sus problemas de escozor en la entrepierna.

Les garantizo una audiencia insólita. Sobre todo, si al frente del programa colocamos a alguno de los personajes que han sufrido un mayor vilipendio por parte de este sector de la prensa. Estoy convencido de que una propuesta parecida ya se habrá planteado en los despachos de alguna cadena avispada, pero también estoy seguro de que habrán preferido desistir: incluso entre los depredadores existe el corporativismo. Desde luego, no hay nada objetable a un espacio de este tipo, ya que a estas alturas nadie duda de que personajes como Jorge Javier Vázquez, Karmele Marchante, Lidia Lozano o la ya referida María Patiño rebasan con creces en popularidad a muchos de los personajes que les sirven diariamente de sustento. Por mi parte, y entretanto se deciden, les aseguro que, de aquí en adelante, siempre iré pertrechado con mi cámara digital. Nunca se sabe dónde puede estar la noticia, aunque por noticia se tenga ya cualquier cosa.

2006/08/15

La diligencia, en La 2

El lunes de la semana pasada, pernoctando en Sevilla ya de vuelta de las vacaciones, me dejé caer, cansado de intensas conversaciones de fin de semana, en un cómodo sofá al tiempo que encendía el televisor con la desgana del que sabe que va a realizar el inútil ejercicio del zapeo. De repente me encontré sin previo aviso y con agradable sorpresa ante la magnífica película que John Ford rodara en 1939: La diligencia. Este verano La Dos ha ejercido con sapiencia y buen gusto su papel de televisión de servicio público programando durante todo el periodo estival una serie de películas agrupadas en diferentes ciclos diarios y emitiéndolas por fin a horas razonables: Cine del Oeste, Cine de Terror, Cine de Woody Allen... Los lunes el denostado (por algunos) cine del oeste es el protagonista, y gracias al ente público el mando quedó abandonado encima de la mesa, mi tiempo no fue desperdiciado y revisité de nuevo con gusto y placer esta joya hecha hace ya más de sesenta años.

Uno puede ver la película hoy día superficialmente y creer que lo que ve es una película más del oeste, con unos personajes que ya ha visto en infinidad de films y con una historia en principio nada compleja, en la que los personajes son asediados y perseguidos por un grupo de indios con malas intenciones durante un viaje en diligencia. Pero lo cierto es que La diligencia significó la dignificación de un género que a finales de los años treinta vegetaba y sólo era considerado útil para películas de serie B hechas para el consumo rápido y sin ninguna pretensión artística o intelectual. Durante esa época, tras la irrupción del cine sonoro, se hicieron cientos de westerns de los cuales hoy no se recuerda ninguno, y el estreno de La diligencia sirvió para confirmar una vez más que para contar una historia redonda, perfectamente articulada, con personajes definidos y bien caracterizados y que sirva como vehículo de una inestimable crítica social no es el género en el que se adscribe una película una cortapisa, sino un estímulo y un apoyo para darle otro enfoque y buscar diferentes metáforas narrativas.

Ford y su guionista habitual de aquella época Dudley Nichols (con el cual trabajó en las que fueron sus películas más importantes a finales de los años 30, principios de los 40) adaptaron la historia de un relato breve americano ( basado a su vez en el cuento Bola de Sebo, escrito por Guy de Maupassant, que narraba el viaje en diligencia de una serie de personas durante la guerra fanco-prusiana) y la convirtieron en un recorrido vital por los albores de una sociedad americana en pleno desarrollo mediante un incisivo y sarcástico estudio de caracteres, que utiliza el esquema básico de una película de aventuras para diseccionar mediante diferentes arquetipos sociales esa sociedad incipiente, repleta de prejuicios y ambigüedad moral en la que a pesar de todo eran capaces de brillar los corazones nobles.

Desde las primeras escenas observamos con claridad que el director y el guionista están de parte de los perdedores, de los desechos sociales, de aquéllos que son echados del pueblo por un estrafalario séquito de mujeres vestidas de riguroso negro, símbolos de la represión y la censura, que se arrogan el derecho de decidir cuáles son las buenas y las malas costumbres. Nos muestran así al médico borracho, un librepensador capaz de citar a los clásicos que hace de su vicio una forma de vida, y a Dallas, la prostituta de buen corazón, despreciada y desplazada por una sociedad cínicamente estricta en lo moral. Estos dos personajes montarán en la diligencia camino a ninguna parte, huyendo de su pasado sabiendo que no tienen ningún futuro, pero con una actitud tremendamente digna, con esa dignidad con la que Ford siempre inviste a sus perdedores. Junto a ellos viajarán una señora del Sur en busca de su marido, un apocado viajante de whisky que será fruto de continuas atenciones por parte del doctor para conseguir beberse su alcohol, un jugador de póquer de procedencia sureña (antiguo caballero que ha terminado en la frontera tras la dolorosa derrota en la Guerra de Secesión) y un banquero corrupto y ladrón (con el que la historia se ceba especialmente, reflejo de lo que el progreso y los nuevos tiempos traerían a la nueva sociedad americana).

La diligencia cuenta también en su viaje con un cómico conductor, y el sheriff que va a la caza de un fugitivo, hijo de un antiguo amigo, que trata de vengar la muerte de sus familiares matando a sus asesinos. Se trata de Ringo Kid. El primer papel protagonista serio de John Wayne, tras años de producciones de bajo presupuesto y calidad. Realmente dudo que Wayne hubiera llegado a ser algo en el cine sin Ford. Exceptuando algunas de sus interpretaciones para películas de Howard Hawks, la mayoría de los personajes que representó en el cine fueron más bien planos, sin aristas, en correctas y solventes películas de aventuras y del oeste, además de participar también por supuesto, en decenas de bodrios innecesarios. Pero gracias a Ford, a cómo lo moldeó y a los papeles que le ofreció, Wayne fue capaz de traspasar el umbral de sus propias limitaciones y brindarnos algunos de los momentos más emocionantes e intensos del cine norteamericano del último siglo. Su presentación en la película, ya es un señal evidente, una declaración de intenciones del director, que sabe que está presentando a una futura estrella: desde la diligencia en carrera se escucha un grito de alto y la imagen se acerca rápida, en un zoom vertiginoso hasta un jovencísimo John Wayne, lleno de polvo y sudor, cargando su rifle con una mano mientras que con la otra sostiene una silla de montar, hasta que nos muestran, desenfocándose un instante, su rostro. Dos segundos. Una leyenda. Ford había creado a su héroe, a su reverso, al actor sobre cuyos personajes trasladaría muchas de sus obsesiones y a través del cuál contaría las mejores historias de su carrera.

La película se vertebra a partir los diferentes momentos en los que la diligencia hace una pausa en su viaje. Contando como tal el inicio del trayecto, en la ciudad de partida, cada una de estas cinco pausas sirven como puntos de inflexión en el desarrollo de las relaciones de los personajes, entre sí, con el mundo que los rodea, con sus expectativas, prejuicios, sus miedos, sus deseos ocultos e ilusiones frustradas. Tras la presentación de personajes tan contrapuestos y enfrentados en la partida, la primera parada sirve para que sepamos que en su peligroso viaje este grupo de personas estará solo, no podrá contar con la ayuda de nadie y sólo se tendrán los unos a los otros. Pero todavía no pueden superar sus propias limitaciones sociales. Con una iluminación clara y dura, en torno a una gran mesa, mientras los pasajeros se disponen a comer, con economía de palabras y sutileza de miradas y actos, se nos muestra el enorme desprecio que se siente por la prostituta por parte de los representantes de la sociedad burguesa que se considerar moralmente superior (banquero y sureña) así como la ingenuidad de Ringo que lleva desde los 17 años en a cárcel y trata a las dos damas con las que comparte viaje por igual, sin entender o comprender que Dallas es una prostituta, y por eso ni siquiera para un buen hombre como es el sheriff merece el más mínimo respeto. La segunda parada se convierte en la más importante de todas. En ella Ford utiliza los claroscuros, los juegos de sombras y luces con evidentes fines dramáticos cargados de significado. El legado expresionista de Murnau y Lang que utilizó Hollywood con precisión y gusto durante años en el cine en blanco y negro, y cuyas sutilezas y emociones se perdieron con el color. La realidad voltea los prejuicios y son los dos desechos sociales, el médico borracho y la prostituta los que emergen desde el submundo social para durante unas horas convertirse en los artífices y responsables de la llegada al mundo de una nueva vida. Ford redime a la prostituta con un solo plano, hermoso, donde una Dallas extrañamente iluminada muestra al resto de viajeros la niña de la dama sureña que ha ayudado a traer a este mundo. Ford como siempre, roza el sentimentalismo si caer en él, trasmitiendo emociones contenidas con fuerza y delicadeza. Tras este mínimo oasis, el espectador sabe que todo volverá a su lugar, y eso se hace evidente con la amarga conversación entre Dallas y el doctor en la que éste le advierte pragmático, sobre sus ilusiones de un futuro con Ringo devolviéndonos de manera abrupta y desagradable a la realidad de los prejuicios y los estigmas sociales de cuyo yugo no es fácil escaparse. El viaje continúa y con él un crescendo en la sensación de urgencia y peligro. La tercera parada se produce en una estación de postas que ha sido completamente destruida y saqueada por los indios y tras la cual sólo les queda esperar la muerte a manos de éstos o llegar a su destino. Es el momento que Ford esperaba, tras 65 minutos de amenaza permanente pero sin una sola imagen de aquéllos que acechan a la diligencia, aparecen los indios. El peligro se hace presente, no como una amenaza sino como una realidad. A pesar de que la película, como ya comenté, es principalmente un estudio de personajes, cuyas relaciones se articulan y desarrollan con la precisión del mecanismo de un reloj, La diligencia permanece en la memoria del público principalmente por dos motivos: la utilización por primera vez en la carrera de Ford de los espectaculares paisajes de Monument Valley, cuya grandeza y majestuosidad quedarán ligadas de por vida a este director, que los volverá a utilizar en otras cinco de sus películas; y la persecución que se produce en una zona desértica tras pasar el río. Ninguna otra persecución a caballo en la historia del cine ha llegado después a las cotas de emoción que la galopada desesperada de esa diligencia es capaz de transmitir. Una persecución sin tregua, en la que al director le importa un comino cargarse reglas que se entienden como sagradas a al hora de rodar una secuencia (como aquélla que exige que todas las tomas de un movimiento se graben de manera que dicho movimiento parezca que se produce siempre en la misma dirección) y en la que somos testigos de momentos absolutamente enloquecidos como en el que un extra que hace de indio se deja caer entre los caballos y las ruedas de la diligencia sin que milagrosamente le suceda nada.

La historia llega a su fin. Llegamos al destino del viaje. La última parada. Ringo va al encuentro de aquéllos que mataron a su familia. Con una magnífica economía de medios narrativos fruto de la enorme experiencia de Ford en el cine mudo, se nos muestra como se reúnen los tres hermanos que se enfrentarán a Ringo en un desigual duelo a muerte. Llega el duelo, pero no es importante. Queda todavía otra vuelta de tuerca al guión y cuando Ringo se entrega a sheriff para que le lleve al penal de nuevo, éste con la ayuda del doctor le proporciona un carro para que él y Dallas puedan huir a México, a empezar una nueva vida “alejados de la civilización”. Un falso final feliz teñido de una enorme amargura. Una visión desengañada del mundo que se estaba construyendo, en el que las apariencias, el progreso y la civilización aún siendo necesarias, olvidaban y apartaban formas de vida alternativas más salvajes y no contaminadas por lo socialmente correcto. La mirada épica y mítica de un director sobre el pasado de Norteamérica. Una reflexión que impregnará varias de sus películas posteriores acentuándose en los casos de dos de sus obras mayores: Centauros de desierto y El hombre que mató a Liberty Valance. El final de una época, de un modo de vida.

2006/08/11

Sobre zapping y propiedad intelectual

Los medios escritos de Prisa, con el buque insignia de El País a la cabeza, han tomado posiciones en relación con la reproducción de sus contenidos para fines comerciales. Aunque la nueva Ley de Propiedad Intelectual no prohíbe el press-clipping (resúmenes de prensa), Prisa ha sido tajante en este asunto, difundiendo a través de sus cabeceras su negativa rotunda a permitir este tipo de prácticas. Pese a que los fines del press-clipping son muy distintos, no consigo imaginar el desastre que significaría una negativa de este tipo en televisión, donde la recopilación de imágenes se ha convertido en una práctica apabullante.

Los programas de zapping nacieron como espacios para la curiosidad, en los que se alimentaba el lado quisquilloso e impertinente del espectador a través de la reunión de imágenes que ponían en evidencia a las cadenas, o que simplemente recopilaban momentos de considerable intensidad visual. El programa de Canal + que inició esta corriente, y que se emitía en abierto los domingos a la hora del almuerzo, resultaba un espacio entretenido, elaborado con muy buen criterio, incluso elegante en el formato. Todo lo que ha venido después ha sido desafortunado, desde el punto de vista cualitativo pero, sobre todo, cuantitativamente: no hay cadena en España que no emita, al menos, un “programa de zapping”, aunque algunos canales incluso tienen más de un espacio de este tipo, por no hablar de los numerosos programas que cuentan con secciones de zapeo dentro de su escaleta. En lo estético, todos los programas de zapping resultan ruidosos y chirriantes, el colorido es excesivo y el envoltorio, antipático (especialmente el espacio de Telecinco, en el que un oligofrénico se dedica a introducir con comentarios bobos cada uno de los vídeos). Han incorporado elementos horteras, como rankings; algunos tienen incluso sección de vídeos frikis. Además de todos estos aspectos, hay uno que resulta preocupante, por cuanto su objetivo es espurio: los programas de zapping se han convertido en una plataforma de vanagloria de la programación propia y, sobre todo, de acoso y derribo de la programación de la competencia. Así, hay muchos espacios de este tipo que no dudan en reproducir los errores del presentador de la competencia, del programador de la competencia, del tertuliano de la competencia. Se utiliza la propiedad intelectual televisiva con un fin perverso: valerse del producto de otro para perjudicar a ese producto.

Por todo ello, me sorprende que exista aún un vacío en torno a los derechos de la propiedad intelectual del material televisivo. Probablemente a los propios medios no les interese: dejar de emitir imágenes de otras cadenas significaría acabar con los programas de zapping, y consecuentemente con horas y horas de parrilla. Realmente, desde el punto del negocio, se trata de un producto perfecto: cero de imaginación y de esfuerzo a cambio de altos índices de audiencia. Tratándose de televisión, quién puede pedir más.

2006/08/10

Yola Berrocal por Marbella, una propuesta coherente

Si se aprende a ver Marbella como un gran parque temático, la observación de los escándalos y la degradación moral que atenazan la ciudad malagueña no resulta tan traumática. Es más, resulta hasta divertida. Es lo que pensaba el otro día viendo el lamentable espectáculo de la neumática Yola Berrocal en Salsa Rosa (ahora Sábado Dolce Vita), donde profirió un mitin televisado, ya que, por si no lo sabían, la ex Sex Bomb enganchada a la cirugía ha decidido presentarse a la Alcaldía de Marbella. El discurso no tenía desperdicio, sobre todo algunos pasajes, como el impagable eslogan “una rinoplastia, un voto”, o su promesa de una “semana laboral de seis horas”. En realidad, la candidatura de la Berrocal, que sirvió para el escarnio general de la carroña periodística habitual de este espacio, resulta de lo más razonable y coherente que he visto en el ejercicio político de los últimos años. Y es que en el gran parque temático de la caspa, los maletines y el botox en que se ha convertido Marbella, Yola Berrocal tiene toda la fuerza de un icono corporativo. Si Marbella fuera Disneyworld, la desconcertante muchacha de los senos y los labios inflados ejercería de Mickey Mouse.

A fuerza de distorsión, Marbella se representa ante el espectador televisivo como un universo ajeno al mundo, algo así como el Erewhon de Samuel Butler pero más chirriante y alentejuelado. Aunque vemos las calles, aunque reconocemos bares y fachadas de viviendas, nadie que no haya estado allí puede asegurar que ese espacio exista. Los niños sueñan con fantasías y anhelan viajar a Eurodisney; los mangantes sueñan con dar el palo y quisieran salir del trullo para dar el gran golpe en Marbella. La ciudad marbellí, a qué dudarlo, tiene una dimensión mágica: allí vivieron sus veranos grandes estrellas que para muchos sólo existieron en el celuloide; todavía hoy se producen asesinatos a pie de calle y tiroteos que siempre nos recuerdan a films noir. Todo es hiperbólico en Marbella: el color de los tintes de pelo, los tamaños de los escotes, la longitud de los puros, el fulgor de las joyas... En medio de ese universo, la propuesta de Yola Berrocal, como la que en su día planteó e hizo triunfar a Gil, no resulta nada descabellada, es más, a la postre es más coherente que muchas de las que pasan por serias en muchos rincones de nuestro país.

Tengo un par de muy buenos amigos allí, conozco a gente que vive y trabaja en sus calles, alguien de la familia ha pasado alguna temporada veraniega en la zona, pero si no fuera por estos accidentes de la realidad pensaría que Marbella no existe. Toda la movida de Roca y compañía, por lo desproporcionado del fraude, no ha hecho sino incrementar mi percepción de ficción en torno a este singular trozo de tierra.

Pero si desde luego es así, si ese lugar llamado Marbella existe, creo que la Junta de Andalucía se está equivocando. En lugar de una Gestora Provisional para hacerse cargo del mando municipal, deberían haber invertido en turismo. Existen muchos parques temáticos, pero todavía no hay nadie que haya apostado por un Parque Temático de la Horterada y el Fraude. En los tiempos de criminales que corren, seguro que triunfaría. Alguien tendrá que proponérselo a la Berrocal.

2006/08/03

"Yo soy Bea" marca la tendencia

Daniel Ruiz

Hace una semana, cuando sólo se cumplían 15 días de emisión, Telecinco difundió los datos de visitas al blog “Diario de una fea”, el diario digital escrito por la protagonista del culebrón “Yo soy Bea”, versión española de la telenovela “Betty la Fea”. La página había recibido en ese tiempo más de medio millón de visitas, una cifra insólita para cualquier blog de los que a diario transita cualquier internauta de a pie. Todo un éxito sin duda para los diseñadores de la estrategia comercial y de marketing de la serie, que demuestran con esta fórmula un gran sentido creativo y cierta capacidad de intuición, al apostar por un medio, el de los blogs, que entre muchos sectores aún se considera incipiente. Es una lástima que este esfuerzo creativo en la forma de vender el producto no se traslade al producto en sí mismo: “Yo soy Bea” supone, por su condición de producto-calco, toda una exhibición de falta de creatividad y de ausencia de ideas frescas e imaginativas. Creatividad en la forma de venta y difusión versus monotonía y falta de imaginación en el producto: una tendencia que en los últimos años se está volviendo demasiado extendida, y que pone en peligro al mundo de la ficción audiovisual y en general de la producción de contenidos.

Da la impresión de que estemos asistiendo a un momento de impasse creativo en el terreno audiovisual, y especialmente en la televisión. La tiranía del share amordaza cualquier tentativa de plantear historias o puntos de vista originales, de manera que el “más vale malo conocido” se ha convertido en un credo inviolable. Que los medios son conservadores por naturaleza siempre lo hemos sabido, pero nunca como hasta hoy habían sido tan pétreos a la hora de proponer nuevas ideas. Nuestra parrilla está abarrotada de espacios y series que no son sino repetición de esquemas o planteamientos precedentes, algunas más descarados que otros. Por poner sólo un ejemplo, la saga de teleseries de médicos se presenta como un gran tumor plagado de apéndices, en los que una y otra vez se refieren los mismos clichés, los mismos personajes y las mismas situaciones. Las teleseries de juventud –la más reciente, SMS, que emite La Sexta- no hacen sino redundar una y otra vez en los mismos tópicos. Y qué decir de las sitcoms: algunas parecen un calco, incluso emplean a los mismos actores, siguen con la risa enlatada que hace 20 años importamos de la televisión americana. Tampoco la no ficción se escapa a esta tendencia: la mayoría de los programas-concurso, con el ¡Allá Tú! de Telecinco a la cabeza, no son sino una versión evolucionada del antiguo 1, 2, 3. Aunque arrancan con buenas intenciones, al final todos los late nights se parecen: el final siempre es el ruido, el chiste fácil y la frase paródica para colgar en el móvil. El panorama de los contenidos en nuestra televisión es, sencillamente, desolador.

Frente a esta parálisis del contenido, lo que sí parece haber evolucionado bastante son las formas de comercialización y promoción de esos contenidos. Mientras que, digámoslo así, los regalos se han vuelto totalmente mediocres y desilusionantes, los envoltorios han ganado mucho. A través de móvil, de forma personalizada a pie de calle o mediante Internet, el marketing directo aplicado a la televisión ha multiplicado las formas de captar la atención del ciudadano, en muchos casos implicándolos en el desarrollo de las propias tramas mediante el voto. Se persigue transmitir la sensación de interactuación, que el público perciba que participa en el desarrollo de los contenidos. EE.UU., como siempre, marca la tendencia, casi siempre a través de la hermana mayor de la televisión, el formato cinematográfico. Como en la televisión, la repetición de contenidos se ha vuelto una práctica compulsiva en el cine norteamericano, con planteamientos que a veces resultan sencillamente ridículos (estoy recordando la nueva versión de Superman, o, algo más lejos, la mimética revisión de Psicosis a cargo de Gus Van Sant). Estos productos border line son sin embargo apoyados sobre fuertes campañas de promoción y comercialización, con una potencia amplificadora que muchas veces resulta agobiante: durante muchos meses pensé que era imposible huir de Star Wars; estaba en las marquesinas, en cualquier anuncio de televisión, me tropezaba con ella en cada esquina en la que había un niño con sus juguetes, incluso me resultaba difícil comprar un simple paquete de galletas sin tener que enfrentarme al lado oscuro...

En nuestra televisión todavía no hemos llegado a eso. Pero ojo: el Neng de El Show de Buenafuente ya se vende en las gasolineras.