Durante este interminable fin de semana de visitas en casa –tener un hijo te convierte obligadamente en un animal social- he comprobado hasta qué punto amigos, familia y conocidos manejan con total soltura y suficiencia los intríngulis terminológicos de la Fórmula 1. Con tan sólo 6 años, el hijo de mi primo se conoce de Pe a Pa los nombres de todos los corredores, y habla del circuito de Malasia como si hablara del patio de su colegio. La “Alonsomanía” se ha instaurado en nuestra vida cotidiana con la contundencia de un tótem, y la gente habla de repostaje, de boxes y de neumáticos con la verborrea propia de mecánicos ilustrados. Mediante una estrategia de promoción bastante básica, basada exclusivamente en la sobresaturación, Telecinco ha logrado el milagro televisivo más sonado de las últimas décadas: convertir el soporífero y elitista deporte de la Fórmula 1 en un espectáculo de masas. Consecuentemente, España se ha afianzado como el segundo mercado mundial para Renault (238.216 matriculaciones y cuota de penetración del 12,4%). La experiencia de Telecinco demuestra que, a pesar de su antigüedad, a pesar de su carácter explícito, la repetición en publicidad y promoción sigue siendo una técnica rentable.
Al manejar los datos de audiencia semanal, uno se queda bastante perplejo al comprobar los niveles de share de la Fórmula 1, más aún cuando las emisiones se llevan a cabo a horas imposibles (¡domingo a las 8.00 de la mañana!). La voracidad publicitaria de la marca del campeón, Renault, es tan amplia e implacable como la que demuestra la cadena que explota el campeonato, Telecinco. El ruido que logran entre ambos no está vedado a ningún espacio: desde los Phoskitos hasta el videojuego, pasando por los noticiarios, las marcas de ropa o incluso los dibujos animados, nada se escapa al poder icónico de Fernando Alonso, una suerte de pequeño buda mágico que para más inri se permite la insolencia de mostrarse desabrido y antipático con la prensa, la única a la que debería estar realmente agradecido, ya que el corredor es, ante todo, un producto mediático.
Recuerdo que durante los Juegos Olímpicos de Barcelona tomé un gran cariño a la selección nacional de waterpolo, un deporte que, además de parecerme muy visual, resultaba especialmente interesante por el excepcional nivel del equipo español. Allí jugaban Manel Estiarte y Jesús Rollán, dos de los mejores jugadores del mundo reconocidos por cualquier ranking de waterpolo mínimamente solvente. Después de muerto, y si nos ceñimos al palmarés, nadie puede dudar de que Rollán pasará a la historia como uno de los deportistas más importantes de nuestro país. El día del anuncio de la muerte de Rollán, me resultó especialmente desagradable comprobar cómo en el informativo de Telecinco su semblanza era relegada a un lugar muy secundario, en beneficio de los pormenores sobre el debú de Alonso en el mundial. Pero lo que me resultó especialmente deprimente fue comprobar cómo el camelo de la “Alonsomanía” se había propagado como un tumor violento por el resto de cadenas, de forma que todas sin excepción ordenaban de forma parecida la información. Mis amigos están convencidos de que mi obcecado rechazo a la Fórmula 1 se debe a la antipatía que me produce Fernando Alonso. Sin ser mentira, yo les explico que desde siempre he sentido aversión y desconfianza por todo aquello que se inculca desde la machaconería. Les digo que, si hace falta decir una cosa tantas veces, quizá sea porque es inconsistente o contiene algo de mentira.
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1 comentario:
estoy de acuerdo contigo en lo de que la Fórmula 1 está hasta en la sopa, y a mí personalmente me parece un deporte aburrídisimo, porque no hay apenas adelantamientos, los coches paran a repostar, los neumáticos influyen demasía sobre el resultado final de la carrera,etc. pero en lo que no estoy de acuerdo es en que Alonso sea un mal chico y menos un producto de la prensa, porque todo lo que tiene se lo ha ganado a pulso y en su profesión es el número uno.
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