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2006/03/27

Analfabetos científicos

La gente de la cultura siempre mantiene un discurso indignado e insatisfecho que defiende que la televisión no debe servir sólo para entretener sino también para formar y educar. Si exceptuamos los casos manifiestos de aquéllos que dicen ese tipo de cosas sólo para sentirse bien consigo mismo, enfrentándose así a telesatán, habría que dar la razón a esos otros que advierten que un medio como la televisión, se infrautiliza usándolo tan sólo como mero entretenimiento de masas (con las consecuencias alienantes que ello conlleva), cuando por sus características, su función educadora y divulgativa podría ser infinita. Estando de acuerdo en que es lastimosa la ausencia de programas de cultura que ayuden a pensar y a informar sobre temas que no sean sólo política local o asuntos intrascendentes, hay que reconocer que al menos tradicionalmente siempre ha habido en la parrilla algunos programas relacionados con el mundo de las letras (recordar el programa del inclasificable Sánchez Dragó o el de Javier Rioyo). El mundo de las artes, el cine, el teatro y literatura siempre ha sabido encontrar su hueco, pequeño pero prestigioso, dentro de la televisión (casi siempre en las públicas, no nos engañemos) pero...¿Y la ciencia?

Exceptuando el famoso programa de Punset (famoso por su presentador sobre todo, personaje fácilmente parodiable y por tanto reconocible) que se emite siempre a horas intempestivas, no se encuentra nada que se acerque a la idea que muchos científicos tienen de lo que debiera ser un programa ameno de divulgación científica. Los motivos de esta ausencia son varios y variados pero intentaré apuntar algunos de ellos. La sociedad española tradicionalmente (y generalizando) ha dado siempre mayor preponderancia pública a la gente de letras que a la de ciencias. Esta realidad se manifiesta claramente en cómo se adquiere en ella el título persona culta. Desgraciadamente es muy curioso observar cómo se admira y se respeta a personas muy cultivadas en letras que no sólo desprecian e ignoran unos mínimos conocimientos científicos, sino que de manera perversa parecen jactarse de ello, como si fuera un mérito, una muesca en su revólver, un tanto a apuntar en su lista de méritos contraídos para ser una persona culta. Leer a Ortega o citar a Sartre parece siempre más importante que saber cuáles fueron los trabajos de Ramón y Cajal o cuál fue la hipótesis de Plank. Conocer los fundamentos del existencialismo o hablar de las vanguardias del siglo XX siempre será más elegante y social que conocer la teoría de Maxwell sobre la naturaleza de la luz o los trabajos de Einstein. Leer a Borges o Cortázar por tanto, mejor que intentar comprender por qué vemos el cielo de color azul. El problema es que todo lo anterior, las letras, las artes y las ciencias, todo, significan grandes logros de la humanidad, reflejos de la capacidad humana para crear, comprenderse a sí mismo, comprender los que nos rodea, hacerse preguntas y tratar de responderlas, y esas personas que antes señalé y que debieran ser luces de guía para la sociedad, ejemplos culturales, terminan alardeando de desconocer por completo el extraordinario mundo de las matemáticas (¿alguien se para a pensar alguna vez en la extraordinaria creación que supone el desarrollo de ese lenguaje?) mientras muestran, por supuesto, el mayor desdén hacia la falta de formación de las nuevas generaciones en latín o griego. Profundizando en la idea, igual no es que la sociedad se refleja en ellos, sino que tristemente ellos son un reflejo de la sociedad. Y no ayudan a transformarla.

El año pasado se celebró tumultuosamente el aniversario de El Quijote de Cervantes por su incuestionable contribución cultural. Programas de televisión, spots publicitarios, personajes relevantes leyendo fragmentos de la obra en público...También se celebró otro aniversario, el centenario de la publicación de la teoría de la relatividad de Einstein...¿Se imaginan a algunos de nuestros políticos o personajes de la cultura (a los que se les caía la baba, mientras leían la espléndida obra de Cervantes) leyendo textos explicativos de la teoría de Einstein y de su importancia, no sólo en el estricto campo de la ciencia, sino como proeza de la inteligencia humana y como aportación cultural?

La divulgación científica (no sólo a través de la televisión) es absolutamente necesaria para la educación global, pero para conseguir que fuera útil sería muy importante que, igual que socialmente tenemos muy claro cuáles son los mínimos conocimientos y actitudes de aprendizaje hacia las letras que se deben adquirir, tuviéramos igual de claro los mínimos exigibles en el campo de la ciencias, dándole así la importancia que tiene. Tal vez debiéramos empezar por poder decir sin pudor, que estos pretendidos personajes cultos de relevancia social que no saben nada del mundo de las ciencias son, sin lugar a dudas, unos analfabetos. Analfabetos científicos, en todo caso, podría intentar apuntar alguno para atenuar y difuminar la fuerza y la ofensa de esta palabra. No, analfabetos, sin más. Unos incultos. Para aclararlo adjunto una de las definiciones de la palabra cultura extraída del DRAE:

Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.

A ver si alguien es capaz de explicarme el mundo en el que vivimos, como nos hemos desarrollado y nuestros posibles futuros sin tener al menos una base científica firme donde apoyarse.

Ps: Miles de científicos trabajan en España sin contrato, con míseras becas y sin cotizar a la Seguridad Social. Ningún gobierno ha terminado nunca con esta situación de clara explotación y utilización miserable de las ilusiones de muchos jóvenes, brillantes la mayoría de ellos, que tras años de formación en este país terminan por abandonar desilusionados sus carreras científicas o por marchar al extranjero en pos de las mínimas y exigibles condiciones laborales que disfrutan el resto de los trabajadores del Estado. En estos momentos, miles de ellos a los que se prometió seguridad y estabilidad con el programa de contratos Ramón y Cajal (ironías) pueden quedarse en la calle tras muchos años de rendir al máximo nivel y sin encontrar acomodo laboral acorde con sus brillantísimos currículums. A nadie parece importarle.

En España alguien dice que es doctor y no se duda...se le pregunta: ¿y en qué hospital trabajas?

Qué pena.

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