Leporino García
En la noche del domingo, la final de la séptima edición de Gran Hermano se hizo con la tajada más gruesa del pastel del share, superando el 30% de audiencia. Este es el único argumento que da la razón a Mercedes Milá en su lucha ciega por dignificar este espacio, erigido en el símbolo más cristalino de la basura televisiva nacional. A primera vista, la obcecada vindicación de la periodista resulta incomprensible, y también algo ridícula. Sin embargo, a poco que se escarbe, esta defensa resulta razonable: ceder ante el reconocimiento de que el formato es penoso y ha contribuido como ninguno al deterioro y la degeneración de la producción televisiva nacional es también confirmar que la carrera de la periodista catalana ha entrado en barrena, sin posibilidad de remontar el vuelo. Sus últimos escarceos con el periodismo de investigación (“Diario de...”) y con campañas de sensibilización social (la caravana contra el tabaco), con las que pretendía alejarse de la imagen frívola y amateur en la que actualmente permanece instalada, no han hecho sino incrementar la dimensión caricaturesca de esta periodista a la que ya resulta difícil enfrentarse si no es desde la condescendencia, la lástima o, en alguno casos, el desprecio. Como otros de su generación, algunos bastante descalabrados a esta alturas (Pepe Navarro), Milá creció al rebufo de la primera gran generación de la televisión española (Balbín, Tola, Hermida o José María Iñigo entre los alumnos aventajados). Tuvo la oportunidad de compartir estudio con grandes como Gabilondo, y capitaneó programas que le reportaron gran credibilidad, como “Buenas Noches” o “De jueves a jueves”. Sus momentos más intensos, cuando consiguió imponer una impronta de comunicadora de garra, los vivió en Antena 3, al frente de programas como “Queremos Saber” (su rifirrafe con Umbral forma parte de los grandes hitos recientes de la televisión española) o “Más que palabras”. Probablemente, en su intimidad más íntima, Milá se haya arrepentido de dar el salto a “Gran Hermano”. Como en la metáfora de Wilde con el retrato de Dorian Gray, cuanta más audiencia ha ido cosechando, cuanta más fama ha ido acaparando, más podrida y fea se ha vuelto su condición de profesional de los medios, su perfil de comunicadora rigurosa y seria. Ha ganado la apariencia, y ha perdido el espíritu, la romántica creencia (ella todavía cuadraba en ese ideario) en el periodismo como ariete para el cambio. Tanto se ha estropeado que ya parece hasta incapaz de llevar las riendas de un debate frívolo. Si la final de Gran Hermano cosechó tan enorme audiencia, fue sobre todo por la predisposición de los monos de Guadalix a brincar en su jaula, pero también a la espectacular –no cabe otro adjetivo- incapacidad de Milá (jalonada con todo tipo de aspavientos y de chulerías de barriobajera) para mantener la imparcialidad y el tono. Lo mejor que se puede decir de ella en el programa del domingo es que, al menos, no desentonó ni un ápice.
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2 comentarios:
queridos teleadictos:
recomiendo fervientemente una serie televisiva que para mí, es de lo mejorcito que yo haya visto nunca:"Los Soprano". Gangsters en estado puro, actorazos como la copa de un pino y un guión que para sí quisieran muchos.Después de ver un capítulo de "los SOprano" estuve viendo "El comisario", de Telecinco,y se me caían los palos del sombrajo.
la única pega: dificílisimo de conseguir. No lo tiene ni la FNAC.Yo ahora me lo estoy bajando de internet.
Hola,sólo decirte que los derechos de emisión en abierto de Los Soprano los ha adquirido La Sexta (que pretende empezar a emitir en primavera).Imagino que comenzará a programar la serie desde la primera temporada
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