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2006/02/02

Gallardo Gallardón

Miguel Iríbar

Va “El Loco” de lo que es, de raro cuerdo que se hace el loco y le funciona, de locutor de radio que consigue hacer su programa en televisión con su estilo un poco hortera, con mil preguntas que no son suyas, con esa pose de fulano de la noche, de pasado con dinero, de sabio de taberna, pero en definitiva, de un tipo respetado por sus invitados, que sacan algo diferente ante Quintero de lo que sacan ante otros periodistas. Ir a su programa es ir a enseñar algo que no se enseña en cualquier parte, y aunque a veces todo se quede en un triste striptease de pantorrilla propio del más frustrande landismo, vemos a los invitados moverse, contonearse, tontear con ese seductor que no siempre seduce, pero que seguro te acaba pellizcando el culo. Al otro lado, casi cerrando el programa, Alberto Ruiz Gallardón, el niño aventajado del que todos esperan grandes resultados, el político hermético que habla de su pasión por la música y de su tío abuelo Albéniz, el único que alaba a Aznar, a Fraga y a Rajoy mientras todos piensan por dentro: este tipo miente. O al menos, no dice la verdad.

Y el niño músico soporta los envites, y no pestañea una sola vez cuando defiende “el proyecto del Partido Popular”. Quintero no le ataca demasiado, pero sí le obliga a pensar en la mejor de las respuestas posibles con reflejos de gato callejero y ojos de niño bueno. Termina la entrevista y el alcalde de Madrid dice: “me he sentido como en mi casa”, con un convencimiento de político con cintura, de torero al que le van las distancias cortas. Es la última entrevista de un programa en el que Victoria Abril se pone a cantar después de decir que una polla dura mejora mucho una relación, de que Alejandro Sanz apadrine a ese bellezón energético llamado Lena, y de que Juan Tamariz, el mayor ejemplo de genialidad humilde de este mundo, nos deslumbre como siempre con sus trucos de mesa camilla.

Miro las audiencias del día. “El Loco”, con casi 3 millones de espectadores, se coloca entre “Aquí hay Tomate” y “El diario de Patricia”; por suerte su puchero lleva otros garbanzos.

Y Quintero sigue como siempre, bueno y malo, auténtico y falso, moderno y antiguo, pretencioso y listo, pero a veces, como el martes, regala un buen rato de televisión a esos noctámbulos que suelen quedarse en los bares, un poco borrachos, esperando a que alguien les cuente algo que les separe la vista del vaso.

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