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2006/02/07

La televisión como droga

En una conocida tienda especializada en libros, música y cine, aquí en Madrid, andan “nocelebrando” los cincuenta años de la televisión, criticándola y enfrentándola a la noble virtud de la lectura. El sábado recogí en ella un chiste de Chumy Chumez en el que un tío, con gesto serio y concentrado, situado frente a un televisor reflexionaba sobre el hecho de haber perdido la mitad de su vida viendo la televisión y la otra mitad criticándola. Inevitablemente el chiste me llevó en primera instancia a la sonrisa, aceptando lo inteligente y acertado que era lo que exponía por cómo representaba una actitud que a veces no entiendo de los teleadictos: su obsesión por consumir bazofia televisiva y al mismo tiempo mostrarse críticos con ella, considerando y alardeando que en cualquier momento pueden dejar de consumirla. Una actitud clara de drogadicto visual. Pero me pareció que fallaba algo en ese chiste y me quedé pensando en la mentira que significaba lo escrito por el humorista...media vida viendo la televisión y media vida criticándola...ya quisieran muchos poder hacer eso.

Porque lo cierto es que eliminando sectores de la población tradicionalmente desocupados como jubilados, enfermos crónicos o gente sin necesidad de trabajar, la realidad es que el resto de la base de la población de este país está siempre currando y en ello sí que transcurre casi la totalidad de su vida. Que la televisión idiotiza, destroza relaciones, exige un uso totalmente pasivo por parte del espectador o es sólo un mero entretenimiento la mayoría de las veces (cuando no es directamente ofensiva para el buen gusto y la educación) es algo con lo que estoy de acuerdo. Pero en realidad es su uso lo que pervierte el invento. Como toda tecnología, no es intrínsecamente mala y perversa como en ocasiones cierta gente pretende hacer ver, le pasa como al teléfono móvil, a los ordenadores, a las consolas y demás artilugios con los que nos bombardean cada vez con mayor presión en los últimos veinte años. Son inventos positivos que amplían nuestros horizontes de acción y que sólo su uso irresponsable enturbia y oculta sus virtudes. Por tanto no habría que criticar tan sólo a la televisión sino también a la sociedad que permite, fomenta y difunde un uso repugnante de ella, provocando necesidades inexistentes y vicios incontrolables. Puro capitalismo, vaya.

¿Qué pasaría si en lugar de las ocho o diez horas de media que se trabaja en este país se trabajaran cuatro o cinco?. La cuestión es dirimir si es aceptable exigir a la población en general que disfrute de la lectura de un ensayo o novela interesante (porque no dudemos que basura escrita hay tanta como televisión basura) cuando sabemos que el placer que se consigue leyendo y aprendiendo es fantástico pero costoso, que supone gran esfuerzo y dedicación y no observo que se le dé tiempo para ello. En general la gente regresa a su casa a las siete u ocho de la tarde (tras haber salido de ella a la siete u ocho de la mañana) justo para darse una ducha, dar la cena a los hijos y a eso de las diez, por vez primera en el día, sentarse tranquilos, solos, sin presión laboral ni familiar en el salón de su casa. Y a ese tío o a esa tía, que a lo mejor lleva de pie todo el puto día currando en un bar, o de segurata, o de comerciante, o de policía, o en la fábrica...o sentado frente a un ordenador, o de telefonista, o cosiendo...a estas personas les pedimos que cuando lleguen a casa no se olviden que leer es muy bonito, educativo y necesario y que no enciendan el televisor para ver los programas, series y deportes con los que por otra parte son acosados brutalmente mediante campañas publicitarias invasivas...¿complicado, no?. Lógicamente termina ocurriendo lo que siempre ocurre: reventados llegan al salón, dejan caer todo el peso de sus cuerpos en el sofá más cercano (porque no se sientan en él, se arrojan sobre él) y suspiran con fuerza. Entonces, en ese momento, es donde la televisión se hace fuerte, poderosa. En ese momento, a las nueve o diez de la noche, es cuando las audiencias se disparan, porque la televisión engancha, como cualquier otra droga y como tal se aprovecha de esos momentos de debilidad.

Por lo tanto tal vez se debieran hacer menos campañas publicitarias fomentando la lectura, se debiera desenmascarar la hipocresía general y debiéramos entender que el uso indebido de la televisión, la bazofia que emite y se consume, tiene un origen dual, que la responsabilidad debe repartirse a partes iguales entre la libertad y capacidad de cada uno de nosotros para hacer un buen uso de ella y no caer en la infrahumanidad habitual de los yonkis televisivos y, por otro lado, una sociedad hipócrita, consumista y explotadora que consigue imbuirnos a todos una obsesión laboral infinita que lleva a ver como normal que entre los preparativos para ir a trabajar, trabajar, volver a casa y dormir a la mayoría de la población se le escape cuatro quintas partes de su vida mientras está en edad laboral. Y así no hay manera. Seguro

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