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2006/02/06

Nadie se había atrevido a decirlo tan claro

La televisión es un juego de espejos. Telecinco vuelve a retorcer el pescuezo de la telerrealidad con una nueva fórmula con un título-reclamo bastante contundente: “Engaño”. Lo dirigirá Jordi González, el presentador que un día saltó desde la sopa de gansos a la sopa boba de la nocturnidad catódica y que se reparte con Jesús Vázquez el egregio título de “chico para todo” dentro de la casa. En “Engaño”, veremos cómo se pueden hacer y deshacer parejas en directo; asistiremos a sesiones de desbraguetamiento perruno y a limaduras de cuernos a palo seco. El guión es éste: cuatro personas de un sexo flirtearán con una persona del otro sexo, sin que éste último sepa cuál de las cuatro no tiene pareja. Si la persona flirteada averigua cuál es la persona soltera, habrá ganado. Si finalmente mete la pata y se decanta por una de las que tiene pareja, la elegida se hace con el botín, que repartirá con su partenaire. A todo esto, los/as maromos/as de las calientabraguetas vivirán al lado de la casa en la que irá zurciéndose la seducción, y aprovecharán las horas de desesperación para hacer bricolaje con su cornamenta. La fórmula no es nada que ya no hayamos visto. Lo único que llama la atención es el título, por su clarividencia: “Engaño”. En este juego de espejos que es la televisión, uno como espectador no sabe ya qué posición juega dentro del tablero. Probablemente el engaño se dirija a nosotros mismos. Los recientes fraudes en las votaciones para elegir a los favoritos en Operación Triunfo y otras fechorías cotidianas como los falsos figurantes en programas vespertinos consagrados a testimonios inverosímiles, la venta de exclusivas del corazón “trucadas” (no preguntes a una anciana qué significa entelequia, pero ella mejor que nadie podrá explicarte las distintas dimensiones del concepto ‘montaje’) o la mentira profesionalizada de los concursos tipo “mande SMS” nos conducen en una única dirección: los únicos estafados somos los espectadores; es contra nosotros contra quien se urde la trampa. La televisión, ese hijo adelantado de la postmodernidad, ha logrado la dudosa hazaña de transformar algo tan hermoso e íntimo como la ilusión en la más descarada de las mentiras, en puro y duro engaño. Nos engañarán otra vez, como cuando introducen a “topos” entre los concursantes de cualquier programa con objeto azuzar y precipitar situaciones de violencia; como cuando el niño de nuestra serie más querida bebe ColaCao (que se vea bien, ColaCao) como si le estuviera dando de beber a la cámara; como cuando nos aseguran que en 60 segundos se acaba la publicidad, y ésta nunca termina antes de los 2 minutos; como cuando los informativos nos venden objetividad, y en lugar de eso nos introducen ideología sin adulterar por las pupilas. Al menos en eso, hay que reconocerle un mérito al nuevo reality de la Cinco. Nadie se había atrevido hasta ahora a decirlo tan claro.

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