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2006/08/03

"Yo soy Bea" marca la tendencia

Daniel Ruiz

Hace una semana, cuando sólo se cumplían 15 días de emisión, Telecinco difundió los datos de visitas al blog “Diario de una fea”, el diario digital escrito por la protagonista del culebrón “Yo soy Bea”, versión española de la telenovela “Betty la Fea”. La página había recibido en ese tiempo más de medio millón de visitas, una cifra insólita para cualquier blog de los que a diario transita cualquier internauta de a pie. Todo un éxito sin duda para los diseñadores de la estrategia comercial y de marketing de la serie, que demuestran con esta fórmula un gran sentido creativo y cierta capacidad de intuición, al apostar por un medio, el de los blogs, que entre muchos sectores aún se considera incipiente. Es una lástima que este esfuerzo creativo en la forma de vender el producto no se traslade al producto en sí mismo: “Yo soy Bea” supone, por su condición de producto-calco, toda una exhibición de falta de creatividad y de ausencia de ideas frescas e imaginativas. Creatividad en la forma de venta y difusión versus monotonía y falta de imaginación en el producto: una tendencia que en los últimos años se está volviendo demasiado extendida, y que pone en peligro al mundo de la ficción audiovisual y en general de la producción de contenidos.

Da la impresión de que estemos asistiendo a un momento de impasse creativo en el terreno audiovisual, y especialmente en la televisión. La tiranía del share amordaza cualquier tentativa de plantear historias o puntos de vista originales, de manera que el “más vale malo conocido” se ha convertido en un credo inviolable. Que los medios son conservadores por naturaleza siempre lo hemos sabido, pero nunca como hasta hoy habían sido tan pétreos a la hora de proponer nuevas ideas. Nuestra parrilla está abarrotada de espacios y series que no son sino repetición de esquemas o planteamientos precedentes, algunas más descarados que otros. Por poner sólo un ejemplo, la saga de teleseries de médicos se presenta como un gran tumor plagado de apéndices, en los que una y otra vez se refieren los mismos clichés, los mismos personajes y las mismas situaciones. Las teleseries de juventud –la más reciente, SMS, que emite La Sexta- no hacen sino redundar una y otra vez en los mismos tópicos. Y qué decir de las sitcoms: algunas parecen un calco, incluso emplean a los mismos actores, siguen con la risa enlatada que hace 20 años importamos de la televisión americana. Tampoco la no ficción se escapa a esta tendencia: la mayoría de los programas-concurso, con el ¡Allá Tú! de Telecinco a la cabeza, no son sino una versión evolucionada del antiguo 1, 2, 3. Aunque arrancan con buenas intenciones, al final todos los late nights se parecen: el final siempre es el ruido, el chiste fácil y la frase paródica para colgar en el móvil. El panorama de los contenidos en nuestra televisión es, sencillamente, desolador.

Frente a esta parálisis del contenido, lo que sí parece haber evolucionado bastante son las formas de comercialización y promoción de esos contenidos. Mientras que, digámoslo así, los regalos se han vuelto totalmente mediocres y desilusionantes, los envoltorios han ganado mucho. A través de móvil, de forma personalizada a pie de calle o mediante Internet, el marketing directo aplicado a la televisión ha multiplicado las formas de captar la atención del ciudadano, en muchos casos implicándolos en el desarrollo de las propias tramas mediante el voto. Se persigue transmitir la sensación de interactuación, que el público perciba que participa en el desarrollo de los contenidos. EE.UU., como siempre, marca la tendencia, casi siempre a través de la hermana mayor de la televisión, el formato cinematográfico. Como en la televisión, la repetición de contenidos se ha vuelto una práctica compulsiva en el cine norteamericano, con planteamientos que a veces resultan sencillamente ridículos (estoy recordando la nueva versión de Superman, o, algo más lejos, la mimética revisión de Psicosis a cargo de Gus Van Sant). Estos productos border line son sin embargo apoyados sobre fuertes campañas de promoción y comercialización, con una potencia amplificadora que muchas veces resulta agobiante: durante muchos meses pensé que era imposible huir de Star Wars; estaba en las marquesinas, en cualquier anuncio de televisión, me tropezaba con ella en cada esquina en la que había un niño con sus juguetes, incluso me resultaba difícil comprar un simple paquete de galletas sin tener que enfrentarme al lado oscuro...

En nuestra televisión todavía no hemos llegado a eso. Pero ojo: el Neng de El Show de Buenafuente ya se vende en las gasolineras.

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