No sé si sólo es una percepción personal que estoy retroalimentando cada día o constato una realidad evidente, pero llevo meses observando una franca decadencia en la creatividad y originalidad de los anuncios emitidos por televisión. A pesar de que en general, todos zapeamos o aprovechamos para hacer otros menesteres mientras paralizan la emisión del programa que estemos viendo (pudiendo incluso olvidar lo que veíamos a causa del exceso de tiempo dedicado a la publicidad), también es verdad que dedicamos bastantes minutos de nuestra exposición al cacharro catódico a soportar incontables anuncios que nos cuentan las excelencias de todo tipo de productos. A menudo, entre la infinita maraña de publicidad aburrida y convencional de colchones, productos de limpieza, colonias, juguetes o coches siempre aparecía un anuncio que deslumbraba por su originalidad, frescura, calidad técnica o inteligencia. Más allá del producto que promocionase. Pero últimamente este tipo de publicidad parece una especie en extinción, que cada vez aparece con menos frecuencia.
¿Es un problema generado por la falta de ideas y el conservadurismo de las agencias de publicidad? ¿O más bien es causado por un miedo incontrolable de las empresas que buscan la promoción de sus productos, hacia campañas demasiado agresivas o diferentes? Sin desdeñar ciertos aspectos de la primera opción, me decanto principalmente por la segunda. No parece creíble que la imaginación humana se haya extinguido de repente y no sea capaz de logros mayores que la mediocridad masiva que nos invade a través de la televisión. No, lo que hay es miedo. Miedo a no ser políticamente correcto y a arriesgar. Miedo no sólo a no llegar al sector del público al que se quiere vender el producto, sino a ser vilipendiado y atacado por alguna de las infinitas y aburridas asociaciones de algún colectivo hasta ahora desconocido, y que con la inestimable ayuda de ciertos medios de comunicación conseguirá que la marca, la empresa o el producto en cuestión quede marcado negativamente.
Es curioso, no se quieren riesgos por tanto a la hora de abrir nuevas vías creativas. Se debe eliminar el sarcasmo y la visión irónica sobre el mundo que nos rodea. Se busca un tipo de anuncio conservador y efectivo. Pero eso sí, como los tópicos arraigados, estúpidos y retrógrados son ampliamente conocidos, y la defensa social contra ellos es más general y abstracta, no centrándose en ninguna empresa en particular, se pueden seguir manteniendo sin miedo a un rechazo concreto. De esta manera perviven en la gran mayoría de los anuncios roles familiares masculinos y femeninos francamente deplorables, convencionalismos sociales elitistas y discriminadores, y por supuesto la utilización zafia del sexo como reclamo ineludible para vender cualquier producto. No pongas a un enano o a una china en un anuncio con más o menos gracia, porque agredirá la sensibilidad de colectivos específicos que amenazarán con campañas de desprestigio y contarán con voces aburridas que apoyarán sus causas; pero coloca tranquilamente a una mujer frotándose lasciva y desesperadamente contra un muro debido a que detrás de él un capullo pinta la pared con un reloj hortera descomunal, porque nadie verá nada malo en ello, e incluso quién sabe, algún gilipollas pensará que comprándose ese peluco tendrá a una actriz famosa a sus pies.
Está claro, aceptamos sin problemas que los coches se vendan como una extensión del falo masculino, que los desodorantes se utilicen para provocar irrefrenables deseos de follar a toda chica con la que te encuentres, que los juguetes infantiles vayan ayudando a los más pequeños a desarrollar los roles más arcaicos, que los productos de limpieza, salvo excepciones igual de lamentables en el sentido contrario, sigan enfocados hacia las mujeres en su condición inevitable de amas de casa (impresionante el de la elefanta de dibujos animados que tiene limpiar la casa porque su marido el ciempiés, deja tirados sus zapatos en cualquier rincón de la misma) y que los productos de belleza femenina den la imagen de que todas las mujeres son unas obsesas enfermizas en busca del cuerpo que nunca tendrán pero que esos productos prometen, para así ser más guapas que el resto de sus amigas.
Este tipo de anuncios que además suelen ser repetitivos, aburridos y simplones, sirven para promocionar cientos de productos diferentes de la misma forma y se mantienen sin problemas en antena ante la indiferencia y aceptación general. Este hecho debería provocarnos una reflexión como consumidores, no sólo de los productos sino también de su publicidad ya que además, su supuesto éxito penaliza la realización de campañas publicitarias más ambiciosas y cuidadas, porque el objetivo buscado parece conseguirse mediante sandeces. Imagino a algunos publicistas desesperados al enfrentarse a la realización de un nuevo spot, autocensurándose de manera continua para no ofender a ningún colectivo, intentando crear algo distinto para no cansar al aburrido telespectador, para al final deslizarse sin remedio hacia la mediocridad y lo convencional ante la imposibilidad de dar una vuelta de tuerca a algunos de esos manidos tópicos, que finalmente sí tendrán que utilizar.
Y qué decir de los anuncios de la radio... Sería asunto para otro post completo.
¿Es un problema generado por la falta de ideas y el conservadurismo de las agencias de publicidad? ¿O más bien es causado por un miedo incontrolable de las empresas que buscan la promoción de sus productos, hacia campañas demasiado agresivas o diferentes? Sin desdeñar ciertos aspectos de la primera opción, me decanto principalmente por la segunda. No parece creíble que la imaginación humana se haya extinguido de repente y no sea capaz de logros mayores que la mediocridad masiva que nos invade a través de la televisión. No, lo que hay es miedo. Miedo a no ser políticamente correcto y a arriesgar. Miedo no sólo a no llegar al sector del público al que se quiere vender el producto, sino a ser vilipendiado y atacado por alguna de las infinitas y aburridas asociaciones de algún colectivo hasta ahora desconocido, y que con la inestimable ayuda de ciertos medios de comunicación conseguirá que la marca, la empresa o el producto en cuestión quede marcado negativamente.
Es curioso, no se quieren riesgos por tanto a la hora de abrir nuevas vías creativas. Se debe eliminar el sarcasmo y la visión irónica sobre el mundo que nos rodea. Se busca un tipo de anuncio conservador y efectivo. Pero eso sí, como los tópicos arraigados, estúpidos y retrógrados son ampliamente conocidos, y la defensa social contra ellos es más general y abstracta, no centrándose en ninguna empresa en particular, se pueden seguir manteniendo sin miedo a un rechazo concreto. De esta manera perviven en la gran mayoría de los anuncios roles familiares masculinos y femeninos francamente deplorables, convencionalismos sociales elitistas y discriminadores, y por supuesto la utilización zafia del sexo como reclamo ineludible para vender cualquier producto. No pongas a un enano o a una china en un anuncio con más o menos gracia, porque agredirá la sensibilidad de colectivos específicos que amenazarán con campañas de desprestigio y contarán con voces aburridas que apoyarán sus causas; pero coloca tranquilamente a una mujer frotándose lasciva y desesperadamente contra un muro debido a que detrás de él un capullo pinta la pared con un reloj hortera descomunal, porque nadie verá nada malo en ello, e incluso quién sabe, algún gilipollas pensará que comprándose ese peluco tendrá a una actriz famosa a sus pies.
Está claro, aceptamos sin problemas que los coches se vendan como una extensión del falo masculino, que los desodorantes se utilicen para provocar irrefrenables deseos de follar a toda chica con la que te encuentres, que los juguetes infantiles vayan ayudando a los más pequeños a desarrollar los roles más arcaicos, que los productos de limpieza, salvo excepciones igual de lamentables en el sentido contrario, sigan enfocados hacia las mujeres en su condición inevitable de amas de casa (impresionante el de la elefanta de dibujos animados que tiene limpiar la casa porque su marido el ciempiés, deja tirados sus zapatos en cualquier rincón de la misma) y que los productos de belleza femenina den la imagen de que todas las mujeres son unas obsesas enfermizas en busca del cuerpo que nunca tendrán pero que esos productos prometen, para así ser más guapas que el resto de sus amigas.
Este tipo de anuncios que además suelen ser repetitivos, aburridos y simplones, sirven para promocionar cientos de productos diferentes de la misma forma y se mantienen sin problemas en antena ante la indiferencia y aceptación general. Este hecho debería provocarnos una reflexión como consumidores, no sólo de los productos sino también de su publicidad ya que además, su supuesto éxito penaliza la realización de campañas publicitarias más ambiciosas y cuidadas, porque el objetivo buscado parece conseguirse mediante sandeces. Imagino a algunos publicistas desesperados al enfrentarse a la realización de un nuevo spot, autocensurándose de manera continua para no ofender a ningún colectivo, intentando crear algo distinto para no cansar al aburrido telespectador, para al final deslizarse sin remedio hacia la mediocridad y lo convencional ante la imposibilidad de dar una vuelta de tuerca a algunos de esos manidos tópicos, que finalmente sí tendrán que utilizar.
Y qué decir de los anuncios de la radio... Sería asunto para otro post completo.
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