El lunes de la semana pasada, pernoctando en Sevilla ya de vuelta de las vacaciones, me dejé caer, cansado de intensas conversaciones de fin de semana, en un cómodo sofá al tiempo que encendía el televisor con la desgana del que sabe que va a realizar el inútil ejercicio del zapeo. De repente me encontré sin previo aviso y con agradable sorpresa ante la magnífica película que John Ford rodara en 1939: La diligencia. Este verano Uno puede ver la película hoy día superficialmente y creer que lo que ve es una película más del oeste, con unos personajes que ya ha visto en infinidad de films y con una historia en principio nada compleja, en la que los personajes son asediados y perseguidos por un grupo de indios con malas intenciones durante un viaje en diligencia. Pero lo cierto es que
Ford y su guionista habitual de aquella época Dudley Nichols (con el cual trabajó en las que fueron sus películas más importantes a finales de los años 30, principios de los 40) adaptaron la historia de un relato breve americano ( basado a su vez en el cuento Bola de Sebo, escrito por Guy de Maupassant, que narraba el viaje en diligencia de una serie de personas durante la guerra fanco-prusiana) y la convirtieron en un recorrido vital por los albores de una sociedad americana en pleno desarrollo mediante un incisivo y sarcástico estudio de caracteres, que utiliza el esquema básico de una película de aventuras para diseccionar mediante diferentes arquetipos sociales esa sociedad incipiente, repleta de prejuicios y ambigüedad moral en la que a pesar de todo eran capaces de brillar los corazones nobles.
Desde las primeras escenas observamos con claridad que el director y el guionista están de parte de los perdedores, de los desechos sociales, de aquéllos que son echados del pueblo por un estrafalario séquito de mujeres vestidas de riguroso negro, símbolos de la represión y la censura, que se arrogan el derecho de decidir cuáles son las buenas y las malas costumbres. Nos muestran así al médico borracho, un librepensador capaz de citar a los clásicos que hace de su vicio una forma de vida, y a Dallas, la prostituta de buen corazón, despreciada y desplazada por una sociedad cínicamente estricta en lo moral. Estos dos personajes montarán en la diligencia camino a ninguna parte, huyendo de su pasado sabiendo que no tienen ningún futuro, pero con una actitud tremendamente digna, con esa dignidad con la que Ford siempre inviste a sus perdedores. Junto a ellos viajarán una señora del Sur en busca de su marido, un apocado viajante de whisky que será fruto de continuas atenciones por parte del doctor para conseguir beberse su alcohol, un jugador de póquer de procedencia sureña (antiguo caballero que ha terminado en la frontera tras la dolorosa derrota en
La diligencia cuenta también en su viaje con un cómico conductor, y el sheriff que va a la caza de un fugitivo, hijo de un antiguo amigo, que trata de vengar la muerte de sus familiares matando a sus asesinos. Se trata de Ringo Kid. El primer papel protagonista serio de John Wayne, tras años de producciones de bajo presupuesto y calidad. Realmente dudo que Wayne hubiera llegado a ser algo en el cine sin Ford. Exceptuando algunas de sus interpretaciones para películas de Howard Hawks, la mayoría de los personajes que representó en el cine fueron más bien planos, sin aristas, en correctas y solventes películas de aventuras y del oeste, además de participar también por supuesto, en decenas de bodrios innecesarios. Pero gracias a Ford, a cómo lo moldeó y a los papeles que le ofreció, Wayne fue capaz de traspasar el umbral de sus propias limitaciones y brindarnos algunos de los momentos más emocionantes e intensos del cine norteamericano del último siglo. Su presentación en la película, ya es un señal evidente, una declaración de intenciones del director, que sabe que está presentando a una futura estrella: desde la d
iligencia en carrera se escucha un grito de alto y la imagen se acerca rápida, en un zoom vertiginoso hasta un jovencísimo John Wayne, lleno de polvo y sudor, cargando su rifle con una mano mientras que con la otra sostiene una silla de montar, hasta que nos muestran, desenfocándose un instante, su rostro. Dos segundos. Una leyenda. Ford había creado a su héroe, a su reverso, al actor sobre cuyos personajes trasladaría muchas de sus obsesiones y a través del cuál contaría las mejores historias de su carrera.La película se vertebra a partir los diferentes momentos en los que
reglas que se entienden como sagradas a al hora de rodar una secuencia (como aquélla que exige que todas las tomas de un movimiento se graben de manera que dicho movimiento parezca que se produce siempre en la misma dirección) y en la que somos testigos de momentos absolutamente enloquecidos como en el que un extra que hace de indio se deja caer entre los caballos y las ruedas de la diligencia sin que milagrosamente le suceda nada.La historia llega a su fin. Llegamos al destino del viaje. La última parada. Ringo va al encuentro de aquéllos que mataron a su familia. Con una magnífica economía de medios narrativos fruto de la enorme experiencia de Ford en el cine mudo, se nos muestra como se reúnen los tres hermanos que se enfrentarán a Ringo en un desigual duelo a muerte. Llega el duelo, pero no es importante. Queda todavía otra vuelta de tuerca al guión y cuando Ringo se entrega a sheriff para que le lleve al penal de nuevo, éste con la ayuda del doctor le proporciona un carro para que él y Dallas puedan huir a México, a empezar una nueva vida “alejados de la civilización”. Un falso final feliz teñido de una enorme amargura. Una visión desengañada del mundo que se estaba construyendo, en el que las apariencias, el progreso y la civilización aún siendo necesarias, olvidaban y apartaban formas de vida alternativas más salvajes y no contaminadas por lo socialmente correcto. La mirada épica y mítica de un director sobre el pasado de Norteamérica. Una reflexión que impregnará varias de sus películas posteriores acentuándose en los casos de dos de sus obras mayores: Centauros de desierto y El hombre que mató a Liberty Valance. El final de una época, de un modo de vida.
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