Una tendencia generalizada entre los profesionales del periodismo rosa y la información amarilla es considerar que su labor tiene algo que ver con el Periodismo de Investigación. Desde este prisma, los periodistas –en muchos casos no merecen siquiera esa categoría- pretenden arrojar dignidad y decencia profesional a su labor, aludiendo a un supuesto esfuerzo de profesionalidad y rigor en la búsqueda de “grandes verdades ocultas” sobre personajes y personajillos de la vida pública. El último esperpento difundido por “Aquí hay Tomate” sobre Jesús Gil (quien, según la información de este medio, podría estar vivo y coleando en un país del trópico) viene a corroborar que nada está más lejos de la realidad: por mucho que la vistan de seda, la mona carroñera y frívola de la prensa couché mona se queda.
Nuestra parrilla está plagada de ejemplos de periodistas “de supuesta investigación”. Todos los programas vespertinos están abarrotados de personajes que, repantigados en sofás y con papeles en mano, están en condiciones de asegurar, gracias a fuentes fidedignas, la solvencia de su penúltimo escándalo. Los programas estrella del corazón, en horario nocturno de fin de semana, se nutren fundamentalmente de las sagaces investigaciones de estos “investigadores”. La nómina es larga: Ángela Portero (conocida por su indocumentada crónica del parto de la Infanta Leonor), Lydia Lozano (el “patinazo” con el supuesto caso de la hija desaparecida de Romina y Albano merecía, sin más, la cárcel), María Patiño (la reina de la estridencia), Karmele Marchante (la periodista lisérgica), Mila Ximénez (o cómo salir de la ponzoña gracias a terceros), Jesús Mariñas y un largo e innombrable etcétera de supuestos “investigadores”, a los que hay que unir una nueva raza de periodistas, los “nuevos investigadores”, que se caracterizan por haber alcanzado notoriedad pública gracias a algún “mérito” (participar en Gran Hermano, denunciar un maltrato, vender una confidencia íntima...) y por una insaciable voracidad de carroña. En este terreno, también hay para mucho: Kiko de Gran Hermano, la ex mujer de Chiquetete, Belén Esteban, Kico y Coto Matamoros...
A poco que se analice, uno comprende que esta supuesta pátina de seriedad es tan sólo un brochazo endeble para mantener la dignidad, que con un ligero chaparrón se desprende como la pintura de mala calidad. No hay investigación detrás de ninguno de los casos que nos venden como tales, tan sólo declaraciones y más declaraciones de personas interesadas, en la mayoría de los casos movidas por el resentimiento o el resquemor hacia las personas que critican (también, por supuesto, por el dinero). Los teóricos del periodismo han avisado hace mucho tiempo de los peligros del periodismo de declaraciones, entendido como el principal enemigo de la profundidad y de la información rigurosa. La prensa “investigadora” del corazón pretende rizar el rizo, vendiéndonos un humo de profundidad donde tan sólo hay palabras. El caso de la supuesta nueva vida de Jesús Gil y Gil es sangrante: basta con que un tipo levante el infundio para que un programa con cobertura nacional lo ensalce como verdad. Hay que dejarlo claro: está muy bien que cada uno se venda como quiera, pero cuando se sale a la opinión pública, cuando se habla al ciudadano, existe algo que se llama responsabilidad. Sería muy fuerte hacer creer a la gente que mi vecino ha resucitado sólo porque yo lo diga, pero sería todavía más fuerte aún intentar sustentar esta resurrección sobre una supuesta labor investigadora. De momento, eso sólo está en manos de la ciencia ficción. Y también, por supuesto, de Iker Jiménez.
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