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2006/07/17

Maradona, el último punk

Daniel Ruiz

Goya no llegó a saberlo, pero la televisión fabrica más monstruos que el sueño de la razón. El rango de personaje televisivo permite al monstruo desprenderse de sus atributos humanos, convirtiéndose así en icono, en representación visual de un compendio de habilidades y defectos con trazos que, a fuerza de hipérbole y exageración, se vuelven fácilmente transformables en carne de ficción. Es esta perspectiva la que me permite aseverar sin problemas de conciencia que hay personajes de la vida pública a los que, en este momento, les resultaría muy beneficioso dejar de existir. Muy beneficioso, me explico, para su dimensión icónica, para su imagen y su figura como personajes admirados, como mitos. Es una tesis arriesgada y algo frívola que, desde mi condición de espectador de esa gran ficción llamada televisión, mantengo desde hace mucho tiempo, y que en estos momentos sería totalmente aplicable a ese gran mito vivo que se llama Diego Armando Maradona.

El reciente Mundial de Fútbol retransmitido por Cuatro nos ha dejado la olvidable estampa de un Maradona absolutamente apático, que aportaba opiniones prescindibles, correcto en el mejor de los casos, y con un entusiasmo en los partidos de España que olía demasiado obviamente a chequera. Maradona estaba allí, parecían transmitir sus gestos, porque así lo obligaba el contrato, pero sólo por eso. Nada de brillantez, nada de chispa, nada de genio, a pesar de la inversión en promoción efectuada por el canal privado y sus promesas de una experiencia casi religiosa. A la postre, nadie duda de que ha resultado mucho más interesante y rentable el planteamiento de La Sexta, con la verborrea esperpéntica de Andrés Montes como punta de lanza, que el de su canal amigo. Viendo a Maradona retransmitir uno de los partidos del Mundial, recordé aquella convicción, que ya había incubado cuando el mundo entero asistió al circo del juicio contra Michael Jackson por pederastia: debería morirse. La imagen de Maradona ganaría mucho con una muerte fulminante, su condición de semidiós perdería el semi para legiones de seguidores y se convertiría en una persona respetable para todos aquellos que lo desprecian. Después de contemplar las escenas del futbolista teatralizando su hipotética recuperación de las drogas en Cuba, tras contemplar su horripilante show semanal en la televisión argentina, sólo me queda pensar en que, en el futuro, este personaje no tiene más opción que ir a peor. Maradona es una figura trágica, como cualquier héroe, y el final del héroe, desde los tiempos de la épica griega, siempre ha sido el mismo: el sacrificio, la fusión con la inmortalidad a través de la muerte. Lo contrario será un ir apagándose lentamente, un ir arrastrando una existencia miserable y gris, muy alejada de aquella brillantez que lo aupó hasta la condición de ser divino. Algo así como el Jack La Motta que reflejó brillantemente Scorsese en “The Raging Bull” en sus últimos días: un ser gordo, mediocre, poliadicto y borracho, anclado en una perpetua revivencia de sus glorias pasadas. En una sociedad donde predomina la simbología dual, Maradona simboliza el polo opuesto a Pelé. El primero, como Mr. Hyde, el Increíble Hulk o el mismísimo Dionisos, representa el genio oscuro, perverso, monstruoso, imprevisible, desastroso en su sino y destino; el segundo, como el Dr. Jekyll, Bruce Banner o Apolo, ejemplifica la pulcritud formal, la perfección, lo irreprochable e impoluto. Nadie podría pedir a Pelé que acabara con su vida, ya que su mito está hecho de otros mimbres. Pero el mito de Maradona está apegado a la muerte, porque representa un heroísmo de arrojo. Sólo desde este heroísmo puede entenderse la gesta suicida de “la mano de Dios” contra Inglaterra en el año 86. Diego Armando Maradona no tiene rehabilitación posible, porque es un mito hecho de perdición. Es, en este sentido, un maldito, a la manera de Rimbaud, Verlaine y los suyos, o también a la manera de los grandes “mártires del rock”, o de los beatnik norteamericanos. En su interesante ensayo “Rastros de Carmín”, Greil Marcus traza una historia alternativa del siglo XX basada en el impulso de autodestrucción y la teoría de la negación. Maradona podría haber ocupado muy bien uno de los capítulos de este ensayo, como materialización del primer y último punk del fútbol. Tiene todos los atributos para serlo, pero sólo le falta un detalle crucial: superar la muerte.

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