La Responsabilidad Social Corporativa, ese engendro creado por los gurús del management y el marketing en los años 60 para lavar la mala conciencia de las grandes multinacionales, ha irrumpido también con fuerza en la esfera de los mass media. En el panorama empresarial actual, cualquier gran compañía que se precie debe tender a promover políticas que favorezcan la mejora social, laboral y medioambiental de su ámbito de actuación. Es la consolidación del modelo de “empresa amable”, respetuosa con el entorno y –aparentemente- nada fiera. En nuestra televisión, el modelo de empresa afín a los principios de la RSC está representado por Telecinco, a través de su proyecto bandera de “12 meses, 12 causas”. Un proyecto que, después de varios años de rodaje, ha resultado ser bastante vacuo y carente de sentido, y viene a representar de manera muy gráfica la incoherencia e inconsistencia que, más allá de la apariencia, tienen los principios de la responsabilidad social corporativa aplicada al mundo de la empresa audiovisual.
Por encima de los eslóganes y los titulares, resulta evidente que Telecinco incumple a través de su programación diaria todos los principios que defiende mediante sus presuntas causas benéficas mensuales. Empezando por la protección al menor, que se viola de manera sistemática cada día de emisión, y continuando por la defensa de los derechos de la mujer (la mujer como objeto es representada no sólo en la publicidad, sino también en los programas de emisión nocturna), el respeto a la dignidad de la persona o la lucha contra la pobreza (la ostentación de la gala de Miss España –no hablamos del mal gusto- o los contratos multimillonarios para la emisión de la Fórmula 1 representan en sí mismo verdaderos insultos a esta supuesta lucha), a lo largo de toda la programación de la cadena se constata una pasmosa y descarada disfunción con respecto hacia esos supuestos principios que al final se queda en nada.
Llegados a este extremo cabe preguntar: ¿qué beneficio reporta a Telecinco esta estrategia? ¿Resulta rentable propagar valores por el mero hecho de propagarlos, aunque luego sobre la práctica se demuestre su ausencia de fundamento y su incoherencia con respecto al “discurso práctico” del canal? ¿No se trata, sin más, de un fraude al espectador, de un maquillaje indecente de la realidad, de pura cosmética barata? En tal caso, propongo que le cambien sin más el nombre. Además de más sincero, “Doce meses, doce estafas” resultaría más contundente y agresivo. Y vendería más, que es de lo que al final se trata.
Blog libre e independiente sobre televisión. Noticias, críticas y análisis de nuestra realidad catódica desde el criterio y la libertad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario