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2007/02/20

La censura, mala solución al sectarismo periodístico

No me parece la solución correcta al partidismo y sectarismo de muchos periodistas. Leo en un artículo de El Mundo que un periodista francés será vetado en la radio y televisión públicas francesas debido a que ha mostrado su disposición a votar a uno de los candidatos en las próximas elecciones. Al parecer France 2 se apoya en los principios incuestionables de independencia y neutralidad para justificar el veto hasta que pasen las elecciones. Igualmente han vetado a otras dos periodistas por tener lazos sentimentales con diferentes políticos. Es un error. Pura soberbia. Además de una barbaridad. Estos vetos me parecen una perversión del sentido de la justicia, son poco útiles en la búsqueda de honestidad en el periodismo, y en cambio son francamente peligrosos para la defensa de esa objetividad e independencia con la que se le llena la boca a los medios públicos franceses.

Los periodistas no son jueces, no tienen que dictar sentencias inapelables basadas en verdades incuestionables. Son sólo eso, periodistas, analistas y observadores de la realidad, sobre la que aportan su visión, sus conocimientos y su experiencia. Representan sólo un filtro que tienen los ciudadanos para conformar su propia visión personal de las cosas, un complemento de sus propias capacidades. El hecho de utilizar lo expresado en una conferencia pública para cerrar el micrófono y eliminar la voz de un periodista es un acto de tremenda arrogancia, una actuación despótica envuelta en la pretenciosa bandera de la credibilidad y la imparcialidad. Con esta actuación estos medios quieren lanzar un mensaje a los ciudadanos: sus tertulias, sus análisis sus datos son totalmente imparciales y equidistantes. Y tal hecho es completamente imposible. Lo que un medio debe procurar es que en sus informaciones prevalezca el principio de no manipular la realidad y trasladar los datos lo más claro posible a sus lectores, oyentes o televidentes. Y que en sus opiniones, en sus análisis, se trate de dar cabida a la mayor pluralidad de voces posible, voces que aporten diferentes visiones de esa información, dentro de un contexto mediático lo más imparcial posible. Si esto ya es complicado de conseguir a día de hoy, lo otro, la pretensión de una estricta independencia y neutralidad en los periodistas, no es más que un patraña artificiosa y hueca que en el fondo hace sospechar sobre la libertad individual de un trabajador que vive de dar su opinión y sus análisis y que de repente, encuentra amenazado su puesto de trabajo debido a sus convicciones personales, a elementos de su vida íntima y no a deficiencias en su labor profesional.

Porque desarrollando la idea del veto y profundizando en el tema de las relaciones personales (el otro motivo esgrimido para echar a las dos periodistas) lo cierto es perturba y asusta a partes iguales que la empresa para la que trabajes (ya sea pública o privada) pueda conocer y utilizar elementos de tu intimidad para presumir de tu falta de criterio e independencia, y así sin más motivos, prescindir de ti. ¿Dónde queda la presunción de inocencia? ¿Por tener un hermano, un marido o un amigo político ya todas tus actuaciones estarán tergiversadas? O lo que es más grave, ¿por no tenerlo será el periodista más justo e imparcial? Y surgen más preguntas: ¿no debe tener ideología o ideas propias el periodista? ¿No debe comunicárselas a sus oyentes? ¿No es preferible eso a que se convierta en una especie de robot que no sirva para generar debate ni reflexión? El problema no debiera ser saber si va a votar a alguien o no, ni si está casado con un político o no, el problema es valorar su trabajo con rigor y exigirle claridad y honestidad en la exposición de sus ideas. Lo contrario retrotrae a épocas oscuras del siglo que ya murió, donde el miedo y el desprecio a la libertad de pensamiento hicieron mucho daño a la sociedad europea.

Nada me gustaría más que los medios españoles no dieran cabida a megatertulianos tan sectarios y dogmáticos como Enric Sopena, Curri Valenzuela, Carlos Carnicero, Ignacio Villa o Isabel Durán. Pero me gustaría que se hiciera desde el convencimiento de las empresas de comunicación de que tergiversar por convicción, de que manipular las informaciones para atacar y demoler a los adversarios ideológicos, y de que la utilización de la calumnia, el insulto y el desprecio para conseguir los objetivos particulares no son comportamientos ni rentables ni éticos. Que fueran los ciudadanos, formados y avisados, los que se dieran cuenta de que no se pueden fiar de las opiniones de estos tipos y dieran la espalda a su periodismo rancio y trasnochado. Pero no desde el veto o el miedo. Sino desde el conocimiento y la libertad. Desde la convicción de que otra forma de informar y opinar más veraz y menos sectaria es posible. Pero que ese objetivo no debe conseguirse por atajos extraños y debe alcanzarse desde el máximo respeto a la libertad de pensamiento.

La credibilidad no se impone, se consigue.

2 comentarios:

John Constantine dijo...

Coincido en la teoría...pero es que en España es imposible la credibilidad con periodistas como los que citas, y a los además, curiosamente, nunca falta trabajo.

Daniel Ruiz García dijo...

Particularmente, pienso que todo el problema parte de una premisa errónea, y que forma parte de la herencia cultural del periodismo y de sus bases positivistas: la convicción ciega de muchos profesionales del periodismo de que aún es posible ejercer la objetividad y practicar un periodismo que no toma partido. Es un principio que la práctica periodística de los últimos 50 años ha superado con creces, pero que aún se defiende en las academias y los masters especializados, pienso yo que por un instinto de supervivencia. Pero está totalmente fuera de la realidad. Con esa necesidad imperiosa que siempre tiene Francia de ejercer la portavocía de la Europa libre y civilizada, creo que en este caso se han columpiado, más bien por un exceso de ingenuidad, o incluso por oportunismo. Como si Le Monde o Le Figaro no tuvieran una ideología detrás, como si no tomaran partido de manera constante en sus opiniones... ¿De qué se trata, entonces? ¿De crucificar a periodistas con nombres y apellidos, y salvarle el culo a los comités de dirección de las empresas de comunicación y a las compañías que deciden la agenda del día? En el periodismo de nuestros días, hace tiempo que los periodistas se han convertido en mero adorno, vestimenta que queda bien sobre cuerpos perfectamente programados ideológicamente.

Dani Ruiz