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2007/05/08

¿Desarme basuril?


Miguel Iribar

Leo la noticia: Italia dejará de emitir reality shows en la televisión pública a partir de 2008. Ahora sólo podrán verse en Mediaset, propiedad de Berlusconi. El motivo no está claro; bajas audiencias de La isla de los famosos y Wild West, declaración de buenas intenciones para recuperar una imagen deteriorada… Uno se inclina siempre por la primera: sólo la poca rentabilidad mueve voluntades, en televisión y en cualquier parte.


Hace poco Telecinco sacaba la bandera blanca e instaba a las demás cadenas a abandonar el polígrafo por las tardes. Es el desarme nuclear televisivo: o todos moros, o todos cristianos. ¿Tratado de no Proliferación de Espacios de Degradación Masiva? Más bien, como dice el viejo refrán, suavizado para su debut en este blog, “o gozamos todos, o tiramos a la meretriz al río”.

Ideas como esta sólo llevarían a cumplir lo prometido en 2004 en cuanto a ese Coño de la Bernarda (con perdón) que es el Horario Protegido, bien definido en ese Código de Autorregulación de Contenidos e Infancia, para el que las cadenas también parecen haber encontrado alguna otra utilidad que no merece ser descrita, ni siquiera suavizada.

Dicho Código establece duras penas (y no se ríen al plantearlas) a todo aquel que emita “contenidos susceptibles de perjudicar el desarrollo físico, mental o moral de los menores entre las 8 y las 22h”. Las áreas que contempla para evaluar dichos contenidos son: “Comportamiento social”, “Temática conflictiva”, “Violencia” y “Sexo”. Un simple repaso a lo que vemos cada tarde en las cadenas generalistas nos hunde en la miseria. Pobres chavales. Gracias a Dios que tuvimos a Willy Fogg y a Dartacán en lugar de Richy Bastante.

Para la mayoría de los países de Europa resulta complicado importar fórmulas que recurran tan fácilmente al grito y al aireo de determinados comportamientos absolutamente íntimos, sencillamente porque ellos no son así, o no lo son tanto como para que la patata germine casi sin agua, que es lo que pasa aquí. Nosotros sí somos, está claro, esa vieja gritona de la escalera que cuenta con quién se acuesta la vecina casada del quinto, la que nunca está con sus hijos, sí, la que no ve al marido porque es otro que le gusta mucho la calle, y que cuando llega borracho se le va la mano. O quizá sólo seamos esos vecinos que escuchan a la vieja y luego se hacen los suecos. Y de suecos, poquito.

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