Tras tanto tiempo desaparecido, tras su abandono voluntario de las ondas españolas, tras superar un cáncer traidor y tras un par de entrevistas o diálogos digitales, anoche reapareció
un
José María García en estado puro en el programa de
Buenafuente, para disparar contra todo y contra todos. Para responder con su verdad, no una verdad abstracta, sino aquello que él piensa sobre cuáles son los males que achacan al periodismo actual, sin tapujos, dando cera a todas las televisiones incluida la cadena a la que pertenece el programa que le había invitado, y analizando (mientras los chorras del programa le permitían sin hacer algún chistecito fácil, fuera por completo de lugar anoche) el panorama audiovisual español ante un
Buenafuente un tanto intimidado por la incansable verborrea de su invitado y por los elogios que éste le dedicaba.
Escuchar la voz de
García es rememorar noches y noches de insomnio donde el periodista era capaz de lograr que los enemigos más acérrimos se encontraran cara a cara en las ondas de la radio, dando lugar a apasionantes encontronazos radiofónicos que se echan de menos en las actuales desoladoras ondas deportivas.
García también tuvo su momento de ensoberbecimiento y megalomanía. Lo pagó caro, no quiso darse cuenta del cambio de tendencia de una sociedad que ya no quería dormirse encabronada o excitada y que buscaba una mirada hacia el deporte más tranquila y divertida.
De la Morena lo adelantó por la derecha a pesar de que sea cierto que sufrió también en primera persona el mayor ataque al periodismo libre de este país en democracia, como fue la absorción de
A3 Radio por parte de
PRISA, su mayor competidor de por entonces.
Pero el tiempo ha pasado, anoche se observó un
García más tranquilo, menos atado por sus propios delirios de grandeza, más reflexivo, realizando una análisis inteligente sobre el personaje de
Federico Jiménez Losantos, sobre el poder de
PRISA y lo que ellos significa, sobre la degradación de los contenidos televisivos, sobre las repulsivas relaciones de políticos y periodistas, hablando claro sobre el patético personaje que es
Luis Herrero (podía haber comentado algo parecido sobre lo que ha hecho
Cayetana Álvarez de Toledo) y sobre la imposibilidad manifiesta de ejercer al mismo tiempo de periodista y representante público bajo el paraguas de un partido político. Incluso se permitió una pulla a los programadores de
A3 sobre el hecho de que dejen que el programa de
Buenafuente comience a las 12:45 de la madrugada. Además de todo eso comentó algo que por obvio se olvida demasiadas veces de comprobar y comprender su significado, como es el hecho de conocer quién está detrás de los medios de comunicación y qué presión ejercen los dueños de los medios a la hora de enfocar la información. La dictadura de las empresas lo llamó. Yo lo suscribo.
Ha pasado mucho tiempo desde que
García abandonó los deportes en la radio. No veo posible su regreso, ni siquiera necesario (salvo para él mismo, para sentirse vivo otra vez, algo que respetaría y admiraría en alguien que ha pasado por el trance médico que él ha superado) pero escuchar los programas deportivos de hoy día y recordar épocas no tan lejanas es desolador:
De la Morena en
la SER se ha convertido en un personaje bastante siniestro, acomodado, tirando a baboso en las entrevistas, sin ritmo y con una lamentable utilización del castellano. Menos mal que mantiene a su equipo que lo arropa y le da el liderazgo a pesar de que también muestre signos de cansancio y agotamiento. A
Abellán en
la COPE se le ve siempre fuera de sitio, dando molestas voces y rodeándose de una cohorte de fanáticos tertulianos que noche a noche repiten las mismas tonterías y los mismos argumentos. Y qué decir de
Onda Cero que lleva dando tumbos cuatro años en busca de un líder para sus deportes y este año presenta a uno de los peores periodistas que yo haya escuchado o visto jamás,
Iñaki Cano, un tipo al que escuchar es un auténtico suplicio. Puede que ser que ya no sea hora de que
José María García vuelva, pero tal vez recordarle y valorar el periodismo de altura que durante mucho tiempo hizo, sirva para intentar superar esta etapa de lamentable y bochornoso periodismo deportivo, así como de un periodismo político atrincherado y demasiado al servicio de intereses políticos y empresariales.