Blog libre e independiente sobre televisión. Noticias, críticas y análisis de nuestra realidad catódica desde el criterio y la libertad.

2006/02/23

El cine se abre un hueco en la Cuatro

Por fin parece que los amantes del cine tendrán un refugio en la parrilla de Cuatro. Después del desencanto que supuso para muchos la ausencia total de cine en el nuevo canal de Prisa (Canal Plus en abierto...¡ja!), la cadena anuncia en su pagina web un nuevo espacio (Hazte un cine) para la noche de los viernes, a partir del próximo 3 de Marzo, donde proyectará películas relativamente recientes de “incuestionable calidad”. De momento sólo podemos creer lo que dicen porque salvo la primera película que emitirán (El silencio de los corderos) no dan información sobre los futuros títulos que ofrecerán.

Hay que recordar que por imposiciones en la concesión del canal en abierto, Cuatro no puede emitir películas de estreno por su posición de predominio en el panorama audiovisual ya que tiene el monopolio de la televisión digital. Parece que ése fue el motivo inicial por el que se decidieron por una parrilla ordinaria sin cine de ningún tipo, ni de estreno ni antiguo. Tal vez las buenas audiencias que tuvieron en navidades con la emisión de películas para toda la familia hayan hecho que reflexionen.

La película de cada semana irá acompañada de una introducción que llevará a cabo Antonio Muñoz de Mesa (ya curtido en lides cinematográficas puesto que fue el último presentador de Magacine en Canal plus) que se encargará de contar datos y curiosidades sobre dicha película en un formato parecido, se supone, a lo que hacen desde hace años en Telemadrid con El Megahit o en A3 con El Peliculón.

Siendo una buena noticia para los amantes del cine que uno de los canales en abierto se preocupe un poco por el séptimo arte lo cierto es que en la era del DVD e internet la programación de cine en televisiones generalistas (donde hay que soportar anuncios) tal vez debiera ser planteada de otras maneras que aporten un mayor peso informativo o de análisis. O bien siguiendo el estilo que inauguró Garci y continuó Cayetana Guillén Cuervo con tertulias de invitados y profesionales que conversen sobre las películas y aporten otras formas de ver y entender el cine o bien mediante la emisión de ciclos semanales centrados en un director o una temática particular (algo que ya hacía en los 80 TVE y que actualmente todavía hacen algunas de las autonómicas)

Sólo quedaría exigir que el buen cine y no sólo el comercial sea emitido a horas normales y no en horarios intempestivos de madrugada porque según indica la información de Cuatro, Hazte un cine se emitirará a partir de las doce de la noche y la verdad, esas no son horas para empezar a ver una película...

2006/02/19

Begoña Chamorro, una periodista diferente

Descubrí a Begoña Chamorro en 2002, al llegar a Madrid, cuando Telecinco en su informativo del mediodía, hacía una desconexión local en la que daba noticias sobre la capital y la comunidad. Desde el principio me enganchó su manera de contar las noticias y opinar sobre ellas con sólo una media sonrisa, así como su presencia delante de las cámaras y su forma de enfocar y leer la información. Divertida y ácida, siempre encontraba el gramo de humor necesario para trasladar al espectador lo que pasaba desde una perspectiva propia y personal. Míticas fueron sus pullas al entonces alcalde Álvarez del Manzano o sus alusiones al eterno caos de tráfico, zanjas y obras de la capital.

Recuerdo que por aquel entonces la periodista que acompañaba a Hilario Pino en el telediario nacional de T5 al mediodía era Carme Chaparro (hoy desplazada al fin de semana) y cómo pensaba en Pino-Chamorro como una posible pareja informativa que tendría carisma y sería diferente. De hecho, desde aquella pareja divertida de medianoche que conformaron Ribagorda (que acaba de fichar por T5 para los informativos del fin de semana) y J.J. Santos, no había vuelto a darse en la televisión española una pareja de informativos potente y con personalidad. Siempre ha habido un presentador que prevalecía en exceso sobre el otro. Finalmente los responsables de la cadena se dieron cuenta del potencial de la pareja y los colocaron juntos en el informativo del mediodía, siendo éste el que mejor ha resistido a la debacle generalizada de audiencia del último año que ha acarreado la salida de dos pesos pesados como Angels Barceló y el propio director de informativos Juan Pedro Valentín. Y no sólo eso, sino que la llegada de Piqueras hace prever un cambio total en el enfoque de los informativos de toda la cadena que espero que no afecte a Pino y Chamorro ya que desgraciadamente se tratará de emular a la exitosa competencia.

Lo cierto es que un momento en que el grimoso estilo Matías Prats se impone sin discusión, donde los modelos Gabilondo y Milá aburren a las ovejas y los telediarios que triunfan se deslizan sin paliativos hacia una información menos política, más amarilla y más sensacionalista, el informativo de Hilario Pino y Begoña Chamorro es un pequeño oasis de inteligencia y personalidad donde en los inevitablemente estrechos márgenes que deja el formato a los presentadores, estos dos profesionales emergen para aportar su propia visión de los hechos.

Es de esperar que la llegada de Piqueras no suponga ningún sobresalto y que podamos seguir viendo y escuchando los famosos errores de dicción de Hilario Pino acompañados de la inteligencia que destila la Chamorro y que ésta, poco a poco, vaya creciendo, apartándose un poco de la lógica sombra de su más experimentado compañero para convertirse por derecho propio en una de las mejores presentadoras de informativos de nuestro país.

2006/02/17

Todos los informativos mienten

La mentira en los informativos de televisión es tan antigua como la propia televisión. En tanto que sirven a unos determinados intereses mediáticos, normalmente cimentados sobre una determinada orientación política que le sirve de sustento, los informativos de cualquier cadena ejercen una función indudable de generadora de opinión, a partir de un envoltorio presuntamente informativo que está consagrado a ejercer influencia sobre la conducta de los ciudadanos. Hasta ahí, no hay nada nuevo. Lo que sí parece haber cambiado son los aspectos cualitativos de la mentira. El marketing y las nuevas formas de venta han ejercido una poderosa influencia sobre el medio televisivo, sin duda el más suculento para cualquier empresa. De ahí que, cada vez más, los informativos de cualquier cadena se parezcan más a un catálogo disimulado de productos y servicios que a una recopilación de los asuntos más destacados del día. La obsesión por el negocio ha hecho saltar los principios deontológicos del periodismo más tradicional, de manera que prácticamente el 70% de un informativo televisivo es en realidad publicidad encubierta. Precisamente por esa opacidad, nadie, ni la asociación de televidentes más perspicaz y virulenta, es capaz de combatir esta mentira, administrada de forma tan amable como agresiva.

Los teóricos del marketing y la comunicación llaman “Publicity” a la actividad de comunicación que va más allá de la publicidad, y que se fundamenta en la “venta” de productos y servicios a través del envoltorio “objetivo” de la información. En lugar de emplear los soportes típicos de la publicidad, que tienden a generar rechazo, la venta de una empresa o un servicio bajo el envoltorio de una información seria resulta siempre infalible, ya que es consumida por el espectador como una noticia no pagada y, por tanto, con credibilidad.
Este invento no es nuevo, pero ha encontrado en la televisión su versión más sofisticada y refinada. Día tras día, los informativos nos anuncian a bombo y platillo el estreno de superproducciones cinematográficas, a través de reportajes de gran atractivo visual en los que se intercalan los propios fotogramas de las películas. Es sólo un ejemplo de esta publicidad encubierta, pero hay muchos otros. Por ejemplo, la reciente Feria del Móvil de Madrid no ha escatimado planos y exclusivas en algunos informativos sobre nuevos productos de algunas marcas, en lo que es un encubrimiento descarado de actividad comercial. Igualmente, no hay canal que se resista a emitir regularmente “noticias” sobre la realización de los nuevos anuncios de las zapatillas deportivas de turno, a los que concurren deportistas de alto standing que funcionan como verdaderas marquesinas con piernas. Ningún informativo de sobremesa es capaz de resistir a esta tendencia, a través de la que las cadenas obtienen unos beneficios millonarios, que se escapan al control estatal sobre los minutajes de emisión de publicidad. Con dinero, cualquiera puede pagarse sus segundos de gloria comercial en un informativo. Desde el otro lado, el panorama es desolador: diariamente, estamos obligados a consumir informativos en los que la propaganda política ocupa el 20%, la publicidad encubierta el 70% y la información pura y dura no más de otro 5%. ¿Y el 5% restante?, se preguntarán. Para la información meteorológica y, en el caso de Antena 3, para los chistes de Matías Prats.

2006/02/15

Desenfocando en Enfoque

Anoche tras contemplar la casi épica remontada del Madrid en Copa (Borges fue el que dijo que el western era la épica del siglo XX. Me temo que tanto calificar de épico un partido de fútbol como el de ayer o un western como Centauros del desierto, pondrá los pelos de punta a más de un esforzado cultureta que considere que el único arte en cine son las películas contemplativas asiáticas y el único deporte noble la lucha grecorromana) me enganché a la parte final de Enfoque en la Dos. El programa anteriormente dirigido por Piqueras está ahora en manos de la otrora presentadora de telediarios en época socialista Elena Sánchez. Sánchez fue denostada (y he leído como se quejaba de ello amargamente) y apartada al Canal Internacional tras la llegada pepera al poder en el 96. Es repugnante como la política está siempre presente en el ente público. Aunque tal vez lo más curioso sea la ceguera parcial interesada que invade a los periodistas escorados hacia uno u otro ámbito de poder, porque no he escuchado en ningún momento que esta mujer se pregunte por qué vuelve ahora al primer plano de la televisión (algo que también le ha pasado a Pepa Bueno que presenta los prestigiosos Desayunos de Televisión Española). Lo verá natural y justo. A pesar de que ahora se desplace a otros por simétricos motivos ideológicos por los que ella fue apartada. Se consideran profesionales honrados pero algo extraño sucede cuando sólo son los suyos quienes se acuerdan de ellos para darles puestos de relieve que ellos aceptan gustosos. Después claro, se exige la devolución de favores.

Enfoque trataba ayer el dichoso asunto de las caricaturas de Mahoma en la prensa danesa. Como siempre los invitados se sentaban tres a tres, unos enfrente de otros. Los unos defendiendo una postura y los otros la contraria. No nos fuéramos a equivocar en el caso de que los mezclasen. Ya se sabe, los espectadores somos tontos y la realidad es blanca o negra, sin matices y para que quede claro se dispone espacialmente a los que opinan claramente diferenciados. Patético. Como he dicho sólo vi el final del programa, pero las opiniones del hombre de pelo cano, subdirector de El País, me dejaron perplejo. Era un continuo sí pero no, libertad de expresión sí, pero no, dejando entrever que las caricaturas eran una provocación inaceptable y que estaban dirigidas a hacer daño y a provocar. Unas caricaturas que se publicaron hace tres meses por cierto, aunque sea ahora cuando interesadamente haya explotado el asunto. Una postura increíble del representante de un periódico que no ha tenido ningún problema en publicar hace poco más de un mes a toda a página y en color una serie de anuncios promocionando el liderato que el EGM daba a la Ser frente a la COPE y al resto de cadenas en el que se mostraban unos angelotes cristianos en clara referencia despectiva hacia la radio competidora y por supuesto obviando las posibles sensibilidades católicas a las que ese anuncio podía herir.

No soy cristiano, no comparto ninguna de las tesis de los exaltados católicos que invaden nuestras calles para exigir recortes de derechos para los que no piensan como ellos. Me repugnan las ideas totalitarias e invasoras de la intimidad de cualquier religión y por ser éste un país mayoritariamente católico tengo que soportar como en la Constitución se da preferencia a una de ellas sobre el resto cuando lo que querría es vivir en un país totalmente laico de verdad donde cada uno creyera lo que quisiera en la intimidad de su casa sin intentar obligar a los demás a compartir su visión. Pero ello no me lleva a defender por no sé qué motivos extraños, como le pasa a cierta izquierda de este país, a otras religiones aún más totalitarias a día de hoy que la católica, en nombre de un extraño concepto de respeto a otras culturas que, por otra parte no se aplica (desde la izquierda) lógicamente a modelos socioeconómicos y culturales ultraliberales e injustos ¿y hay algo más injusto, por ejemplo, que la situación de la mujer en el Islam?. Por tanto sí, de acuerdo, respeto, pero también derechos y libertad.

El pretendido respeto (que se quiere incluso llevar a la ONU) para evitar blasfemias y demás es en el fondo miedo por las reacciones que se producen. Pero no puede ni debe ser el miedo la fuente del respeto. Tiene que ser la lógica y la razón y eso de “moral y políticamente rechazable” que escribió Zapatero o se aplica a todo lo que ofende a cualquier colectivo (véase católicos, grupos feministas, asociaciones de fumadores, asociaciones de agricultores, etc) lo cual no es posible en una sociedad que pretende ser libre y por tanto es una queja superflua pero no una indicación de que hay temas que es mejor no tratar, o sería mejor que nos lo calláramos e intentáramos mejorar nuestra sociedad y la convivencia desde la educación y los tribunales de justicia.

2006/02/09

No se puede caer más bajo

La televisión nacional acaba de entrar en coma. La crisis parece irreversible, ya que esta vez el ataque ha sido especialmente virulento. Desde hace algunos años, los distintos canales han ido evidenciando una situación de absoluta bulimia creativa, con una anemia de imaginación que parece haberse vuelto crónica. A estas alturas, la importación de formatos televisivos se ha convertido en una práctica totalmente habitual e incluso necesaria para salvar la cuenta de resultados de las cadenas. La importación de espacios que han funcionado con éxito en otros países es de una voracidad implacable: desde teleseries hasta programas de testimonios, pasando por toda la retahíla de realities y alcanzando incluso hasta la televenta; todo es susceptible de importarse. Pero ahora Telecinco pretende rizar el rizo del despropósito: ha anunciado su intención de producir la versión española de “Betty, la Fea”, el culebrón colombiano que hizo estragos en la parrilla de Antena 3 en 2002. El único interés de esta serie residía en su estilo peculiar, a medio camino entre el camp y el esperpento postmoderno, y en el morbo de asistir a la transformación final del horrible pato en todo un bellezón tropical. A la ausencia de imaginación que evidencia Telecinco con esta apuesta se suma también la falta de gusto y un criterio comercial más que dudoso, al elegir una historia que toda la audiencia española ya conoce de forma sobrada. Después de esto, será difícil que la creatividad televisiva nacional caiga más bajo.

Y es que una adaptación como ésta resulta difícil de comprender. Sí tiene más sentido en un país como EE.UU., donde también se prepara una versión propia (curiosamente, Salma Hayek hará el papel de Betty), ya que la teleserie original sólo se dejó ver en restringidos círculos de hispanohablantes. Pero, ¿qué fundamento tiene hacerlo en España? Desde luego, el guión no es de Arthur Miller, pero los líos de Beatriz Pinzón con Armando Mendoza resultan tan familiares a la audiencia española como los desencuentros de cualquier vecino de bloque. Es sabido que, en la epistemología del culebrón, la imaginación no es algo que destaque especialmente. Puestos a enfangarnos con un culebrón autóctono, ¿no habría sido mejor partir de cero? Con todos sus peros, si algo ha demostrado Motivos Personales, la reciente teleserie emitida también por Telecinco, es que la producción nacional es capaz de afrontar formatos de este corte. ¿A qué viene ahora, pues, esta adaptación? Mucho me temo que avanzamos en muy mal camino; no pasará mucho tiempo antes de que nos anuncien la versión patria de El Chavo del Ocho.

2006/02/08

Lo rosa

Miguel Iríbar

Acabo de leer el ensayo “Planeta Rosa” (EL JUEVES Ediciones), escrito por el periodista Pepe Colubi en clave de humor y profundo desprecio hacia el llamado mundo del corazón; no en vano se subtitula “El casposo mundo de los famosos, famosetes, chismosos y demás morralla”; en él se hace un exhaustivo repaso a gran cantidad de programas y personajuchos que han poblado las televisiones desde principios de los 90, sí, aquella época en la que veíamos a Nieves Herrero y pensábamos con entrañable inocencia que era imposible llegar más bajo. Al rememorar casi con terror algunas escenas increíbles, o recordando la capacidad de algunas familias (los Ubrique, los Jurado, los Rivera-Ordóñez, los Martínez de Irujo…) para generar mierda (no se me ocurre una palabra más exacta), uno piensa de entrada en lo penoso del asunto, en el descalabro de la conciencia colectiva; quizá no exista un futuro digno para la televisión o la telebasura, como no lo existe para el McDonalds y la comida basura, o para la democracia mundial y la política basura; en todo caso, como apunta Colubi, si contamos la máxima audiencia de un líder de lo inmundo como fue “Crónicas Marcianas”, no llegamos ni al millón y medio de espectadores en sus días buenos, es decir, hay 42 millones y medio de españoles que se pasan esa telebasura por el forro, que duermen o hacen el amor o ven otras cosas o aciertan a apagar el dichoso invento catódico.

Por supuesto, hay datos que hablan por sí solos: 7 revistas del ramo rosa se reparten la venta de 127 millones de ejemplares al año; cuando comenzó “Crónicas” había ocho programas de televisión dedicados al mundo del corazón, y cuatro años después la cifra aumentó a diecisiete.
Hoy en día terminaríamos antes si contásemos primero aquellos programas que no dedican parte de sus contenidos a este tinglado. Es decir, la guerra está perdida.

El pasado sábado, viendo “Salsa Rosa” como quien traga un jarabe de mal gusto, asistí al espectáculo de un tal Dayron, de GH, que movía el culo delante de una calamidad teñida de rubia que pertenecía al mismo programa y que minutos antes había intercambiado los más soeces insultos con él. Detrás de esta dañina imagen, se veía el rostro de la siguiente invitada, una llorosa mujer que esperaba su presentación tras el triste baile. En dos segundos, esta señora pasó a contar una escalofriante historia de maltratos supuestamente protagonizada por ella y el ex torero Jaime Ostos, a la sazón padrastro de la hija de ésta.

La sensación al ver estos programas se parece cada vez más a la que sufría con el programa del Doctor Beltrán, “En buenas manos”: aguantaba unos segundos hasta que mi sensibilidad y un par de arcadas me obligaban a cambiar de canal, pero por dentro pensaba que aquello era algo natural y no había que tenerle miedo. Por aquel entonces inicié una fase de desconfianza hacia los médicos que ahora relaciono con la que siento hacia los espectadores. Sé que no es nada justo: al menos los médicos hacen algo útil, salvan vidas en nuestro cada vez más rosado planeta.

2006/02/07

La televisión como droga

En una conocida tienda especializada en libros, música y cine, aquí en Madrid, andan “nocelebrando” los cincuenta años de la televisión, criticándola y enfrentándola a la noble virtud de la lectura. El sábado recogí en ella un chiste de Chumy Chumez en el que un tío, con gesto serio y concentrado, situado frente a un televisor reflexionaba sobre el hecho de haber perdido la mitad de su vida viendo la televisión y la otra mitad criticándola. Inevitablemente el chiste me llevó en primera instancia a la sonrisa, aceptando lo inteligente y acertado que era lo que exponía por cómo representaba una actitud que a veces no entiendo de los teleadictos: su obsesión por consumir bazofia televisiva y al mismo tiempo mostrarse críticos con ella, considerando y alardeando que en cualquier momento pueden dejar de consumirla. Una actitud clara de drogadicto visual. Pero me pareció que fallaba algo en ese chiste y me quedé pensando en la mentira que significaba lo escrito por el humorista...media vida viendo la televisión y media vida criticándola...ya quisieran muchos poder hacer eso.

Porque lo cierto es que eliminando sectores de la población tradicionalmente desocupados como jubilados, enfermos crónicos o gente sin necesidad de trabajar, la realidad es que el resto de la base de la población de este país está siempre currando y en ello sí que transcurre casi la totalidad de su vida. Que la televisión idiotiza, destroza relaciones, exige un uso totalmente pasivo por parte del espectador o es sólo un mero entretenimiento la mayoría de las veces (cuando no es directamente ofensiva para el buen gusto y la educación) es algo con lo que estoy de acuerdo. Pero en realidad es su uso lo que pervierte el invento. Como toda tecnología, no es intrínsecamente mala y perversa como en ocasiones cierta gente pretende hacer ver, le pasa como al teléfono móvil, a los ordenadores, a las consolas y demás artilugios con los que nos bombardean cada vez con mayor presión en los últimos veinte años. Son inventos positivos que amplían nuestros horizontes de acción y que sólo su uso irresponsable enturbia y oculta sus virtudes. Por tanto no habría que criticar tan sólo a la televisión sino también a la sociedad que permite, fomenta y difunde un uso repugnante de ella, provocando necesidades inexistentes y vicios incontrolables. Puro capitalismo, vaya.

¿Qué pasaría si en lugar de las ocho o diez horas de media que se trabaja en este país se trabajaran cuatro o cinco?. La cuestión es dirimir si es aceptable exigir a la población en general que disfrute de la lectura de un ensayo o novela interesante (porque no dudemos que basura escrita hay tanta como televisión basura) cuando sabemos que el placer que se consigue leyendo y aprendiendo es fantástico pero costoso, que supone gran esfuerzo y dedicación y no observo que se le dé tiempo para ello. En general la gente regresa a su casa a las siete u ocho de la tarde (tras haber salido de ella a la siete u ocho de la mañana) justo para darse una ducha, dar la cena a los hijos y a eso de las diez, por vez primera en el día, sentarse tranquilos, solos, sin presión laboral ni familiar en el salón de su casa. Y a ese tío o a esa tía, que a lo mejor lleva de pie todo el puto día currando en un bar, o de segurata, o de comerciante, o de policía, o en la fábrica...o sentado frente a un ordenador, o de telefonista, o cosiendo...a estas personas les pedimos que cuando lleguen a casa no se olviden que leer es muy bonito, educativo y necesario y que no enciendan el televisor para ver los programas, series y deportes con los que por otra parte son acosados brutalmente mediante campañas publicitarias invasivas...¿complicado, no?. Lógicamente termina ocurriendo lo que siempre ocurre: reventados llegan al salón, dejan caer todo el peso de sus cuerpos en el sofá más cercano (porque no se sientan en él, se arrojan sobre él) y suspiran con fuerza. Entonces, en ese momento, es donde la televisión se hace fuerte, poderosa. En ese momento, a las nueve o diez de la noche, es cuando las audiencias se disparan, porque la televisión engancha, como cualquier otra droga y como tal se aprovecha de esos momentos de debilidad.

Por lo tanto tal vez se debieran hacer menos campañas publicitarias fomentando la lectura, se debiera desenmascarar la hipocresía general y debiéramos entender que el uso indebido de la televisión, la bazofia que emite y se consume, tiene un origen dual, que la responsabilidad debe repartirse a partes iguales entre la libertad y capacidad de cada uno de nosotros para hacer un buen uso de ella y no caer en la infrahumanidad habitual de los yonkis televisivos y, por otro lado, una sociedad hipócrita, consumista y explotadora que consigue imbuirnos a todos una obsesión laboral infinita que lleva a ver como normal que entre los preparativos para ir a trabajar, trabajar, volver a casa y dormir a la mayoría de la población se le escape cuatro quintas partes de su vida mientras está en edad laboral. Y así no hay manera. Seguro

La decadencia de Mercedes Milá

Leporino García

En la noche del domingo, la final de la séptima edición de Gran Hermano se hizo con la tajada más gruesa del pastel del share, superando el 30% de audiencia. Este es el único argumento que da la razón a Mercedes Milá en su lucha ciega por dignificar este espacio, erigido en el símbolo más cristalino de la basura televisiva nacional. A primera vista, la obcecada vindicación de la periodista resulta incomprensible, y también algo ridícula. Sin embargo, a poco que se escarbe, esta defensa resulta razonable: ceder ante el reconocimiento de que el formato es penoso y ha contribuido como ninguno al deterioro y la degeneración de la producción televisiva nacional es también confirmar que la carrera de la periodista catalana ha entrado en barrena, sin posibilidad de remontar el vuelo. Sus últimos escarceos con el periodismo de investigación (“Diario de...”) y con campañas de sensibilización social (la caravana contra el tabaco), con las que pretendía alejarse de la imagen frívola y amateur en la que actualmente permanece instalada, no han hecho sino incrementar la dimensión caricaturesca de esta periodista a la que ya resulta difícil enfrentarse si no es desde la condescendencia, la lástima o, en alguno casos, el desprecio. Como otros de su generación, algunos bastante descalabrados a esta alturas (Pepe Navarro), Milá creció al rebufo de la primera gran generación de la televisión española (Balbín, Tola, Hermida o José María Iñigo entre los alumnos aventajados). Tuvo la oportunidad de compartir estudio con grandes como Gabilondo, y capitaneó programas que le reportaron gran credibilidad, como “Buenas Noches” o “De jueves a jueves”. Sus momentos más intensos, cuando consiguió imponer una impronta de comunicadora de garra, los vivió en Antena 3, al frente de programas como “Queremos Saber” (su rifirrafe con Umbral forma parte de los grandes hitos recientes de la televisión española) o “Más que palabras”. Probablemente, en su intimidad más íntima, Milá se haya arrepentido de dar el salto a “Gran Hermano”. Como en la metáfora de Wilde con el retrato de Dorian Gray, cuanta más audiencia ha ido cosechando, cuanta más fama ha ido acaparando, más podrida y fea se ha vuelto su condición de profesional de los medios, su perfil de comunicadora rigurosa y seria. Ha ganado la apariencia, y ha perdido el espíritu, la romántica creencia (ella todavía cuadraba en ese ideario) en el periodismo como ariete para el cambio. Tanto se ha estropeado que ya parece hasta incapaz de llevar las riendas de un debate frívolo. Si la final de Gran Hermano cosechó tan enorme audiencia, fue sobre todo por la predisposición de los monos de Guadalix a brincar en su jaula, pero también a la espectacular –no cabe otro adjetivo- incapacidad de Milá (jalonada con todo tipo de aspavientos y de chulerías de barriobajera) para mantener la imparcialidad y el tono. Lo mejor que se puede decir de ella en el programa del domingo es que, al menos, no desentonó ni un ápice.

2006/02/06

Nadie se había atrevido a decirlo tan claro

La televisión es un juego de espejos. Telecinco vuelve a retorcer el pescuezo de la telerrealidad con una nueva fórmula con un título-reclamo bastante contundente: “Engaño”. Lo dirigirá Jordi González, el presentador que un día saltó desde la sopa de gansos a la sopa boba de la nocturnidad catódica y que se reparte con Jesús Vázquez el egregio título de “chico para todo” dentro de la casa. En “Engaño”, veremos cómo se pueden hacer y deshacer parejas en directo; asistiremos a sesiones de desbraguetamiento perruno y a limaduras de cuernos a palo seco. El guión es éste: cuatro personas de un sexo flirtearán con una persona del otro sexo, sin que éste último sepa cuál de las cuatro no tiene pareja. Si la persona flirteada averigua cuál es la persona soltera, habrá ganado. Si finalmente mete la pata y se decanta por una de las que tiene pareja, la elegida se hace con el botín, que repartirá con su partenaire. A todo esto, los/as maromos/as de las calientabraguetas vivirán al lado de la casa en la que irá zurciéndose la seducción, y aprovecharán las horas de desesperación para hacer bricolaje con su cornamenta. La fórmula no es nada que ya no hayamos visto. Lo único que llama la atención es el título, por su clarividencia: “Engaño”. En este juego de espejos que es la televisión, uno como espectador no sabe ya qué posición juega dentro del tablero. Probablemente el engaño se dirija a nosotros mismos. Los recientes fraudes en las votaciones para elegir a los favoritos en Operación Triunfo y otras fechorías cotidianas como los falsos figurantes en programas vespertinos consagrados a testimonios inverosímiles, la venta de exclusivas del corazón “trucadas” (no preguntes a una anciana qué significa entelequia, pero ella mejor que nadie podrá explicarte las distintas dimensiones del concepto ‘montaje’) o la mentira profesionalizada de los concursos tipo “mande SMS” nos conducen en una única dirección: los únicos estafados somos los espectadores; es contra nosotros contra quien se urde la trampa. La televisión, ese hijo adelantado de la postmodernidad, ha logrado la dudosa hazaña de transformar algo tan hermoso e íntimo como la ilusión en la más descarada de las mentiras, en puro y duro engaño. Nos engañarán otra vez, como cuando introducen a “topos” entre los concursantes de cualquier programa con objeto azuzar y precipitar situaciones de violencia; como cuando el niño de nuestra serie más querida bebe ColaCao (que se vea bien, ColaCao) como si le estuviera dando de beber a la cámara; como cuando nos aseguran que en 60 segundos se acaba la publicidad, y ésta nunca termina antes de los 2 minutos; como cuando los informativos nos venden objetividad, y en lugar de eso nos introducen ideología sin adulterar por las pupilas. Al menos en eso, hay que reconocerle un mérito al nuevo reality de la Cinco. Nadie se había atrevido hasta ahora a decirlo tan claro.

2006/02/02

Vaya cante

Dentro de pocos días, Antena 3 estrenará el concurso producido por Gestmusic “¿Cantas o qué?”, una nueva producción consagrada a la puesta en escena de famosos enfrentándose a situaciones inusuales o fuera de su contexto habitual, un formato que ya ha alcanzado el éxito en TVE 1 con el programa “Mira quién baila”, también promovido por la productora catalana. En esta ocasión, los famosos deberán someterse a pruebas de canto. Deberán, en resumen, “dar el cante” ante la audiencia española. Resulta cuando menos curioso que detrás de este programa esté la misma Gestmusic que se ha desgañitado la voz defendiendo su engendro más exitoso, “Operación Triunfo”, como un producto de calidad que defendía valores nobles como el talento, la creatividad o el esfuerzo. El nuevo formato nos demuestra que lo que viene no es más que lo que hubo pero con una intencionalidad más zafia y descarada: una curiosidad malsana por ver hacer el ridículo a la gente, la exaltación de la risión y la mofa a partir de la exhibición de seres en los que la vanidad convive armónicamente con la ausencia de talento. En el caso de OT, esos seres eran anónimos y, en algunos casos, bastante válidos para el oficio (ayudados por el aparataje mediático y discográfico, y gracias a su predisposición a la autocaricatura, algunos han alcanzado ya dimensión internacional). Pero aquí son gente conocida, más o menos familiarizada con el escarnio, y azotada por su insoportable condición de famosos de segunda fila. El planteamiento, no hace falta ser muy listo para imaginarlo, será aparentemente blanco; lo más parecido a un anuncio de dentífricos. Pero, como en Los Muertos de Joyce, la basura, el veneno, se esconde detrás de las buenas formas. El reverso de este amable envés no esconde sino insalubridad, deseo enfermizo de ver hacer el ridículo a la gente. El casting elegido lo dice todo: habituales del couché más ancestral e indocumentado (Antonia Dell’Ate, Sofía Mazagatos...), famosos categoría “familiar de famoso” (la incombustible Carmen Janeiro), caras conocidas venidas a mucho menos (Máximo Valverde o Rafa Camino) o nuevos aspirantes al Olimpo catódico (la playmate Arancha Bonete o el levantador de piedras Iñaki Perurena). El éxito del nuevo formato está asegurado. Como muchos disfrutaron de los bailes infames de la ex mujer del ex ministro Álvarez Cascos en “Mira quién baila”, no hay duda de que muchos otros se revolcarán de placer malicioso al escuchar a la Mazagatos destripar un bolero. Hay que asumirlo: si no fuéramos tan malas personas, la televisión sería un fracaso.

Dudas, suspicacias y otras desconfianzas

La Sexta ya está emitiendo en pruebas en Madrid y en Barcelona. Anuncia para primavera su desembarco oficial y a pesar de las dudas que provoca en ciertos ámbitos, se mantiene firme en la idea de pujar por los derechos televisivos del Mundial de fútbol puesto que le sería muy útil para darse a conocer y ayudaría a su implantación, aunque su señal no cubrirá el tanto por ciento necesario del territorio nacional para cuando se celebre dicho evento (lo que imposibilitaría que emitiera partidos denominados de interés general como los de España).

Su llegada va a aportar nuevos aires y competencia al panorama audiovisual. Sus dueños saben lo que quieren y cómo hacerlo (ficción y entretenimiento principalmente dejando a un lado los informativos como sector no estratégico) porque no hay que olvidar que Globomedia (Grupo Arbol), Mediapro y en menor medida El Terrat han sido las productoras responsables de los grandes éxitos de la televisión española en la última década (sólo una productora no involucrada en la cadena estaría a su altura, Gestmusic). Mientras Globomedia ha sido la gran reina en la ficción nacional creando series ya clásicas como Médico de familia, Periodistas o Compañeros o actuales como 7 vidas, Aída, Mis adorables vecinos o Los Serrano, Mediapro ha estado más enfocada a programas de corte informativo y documental además de producción de cine.

La situación que se plantea es la siguiente: ¿seguirán creando buenos productos para otras cadenas, como empresas productoras que son, que serán emitidos para competir contra ellos mismos, contra su propia cadena? Aunque siendo malévolos se podría pensar que los mejores programas se los reservarían para sí mismos, la lógica empresarial debiera llevar a responder que sí a esa pregunta, que no van a tirar piedras contra su propio tejado y que su campo empresarial se desdoblará con facilidad en los dos ámbitos que se han generado. Pero el mundo televisivo no es un modelo empresarial de tranquilidad, ni de lógica, en eso se parece al fútbol (de ahí los batacazos que se dan tipos como Florentino que tan sólo le dan un enfoque empresarial clásico a algo que conmueve las pasiones humanas) y nada es exactamente como debiera ser. Los celos, desconfianzas y suspicacias están siempre presentes y todo proyecto televisivo está supeditado a algo tan voluble como la audiencia y cómo conseguir atraparla.Y cuando eso no se consigue hay que culpar a alguien.

Veremos con el tiempo lo que sucede. Como síntoma curioso ahí está el paso efímero de Plan C (presentado por Carolina Ferre) por Telecinco. Producido por El Terrat (creadora de Homozapping y el programa de Buenafuente) desde el principio fue mirado por Telecinco con desconfianza y a pesar de rondar cuotas de pantalla en torno al 20% era un programa caro que la cúpula de la cadena consideró no rentable y eliminó de la parrilla con rapidez inusitada. Mientras antes simplemente hubiera sido un fracaso de la cadena en este caso surgieron comentarios intencionados que apuntaban que los mejores guionistas de El Terrat estaban destinados a sus programas estrellas, antes mencionados, y se descuidaba la calidad de otros.

Seguro que esta situaciones se van a plantear en el futuro. Alguna chinita de este estilo ya he leído en una entrevista a un cargo directivo de una cadena nacional. Habrá que seguir el asunto con atención. Se presenta divertido.

Gallardo Gallardón

Miguel Iríbar

Va “El Loco” de lo que es, de raro cuerdo que se hace el loco y le funciona, de locutor de radio que consigue hacer su programa en televisión con su estilo un poco hortera, con mil preguntas que no son suyas, con esa pose de fulano de la noche, de pasado con dinero, de sabio de taberna, pero en definitiva, de un tipo respetado por sus invitados, que sacan algo diferente ante Quintero de lo que sacan ante otros periodistas. Ir a su programa es ir a enseñar algo que no se enseña en cualquier parte, y aunque a veces todo se quede en un triste striptease de pantorrilla propio del más frustrande landismo, vemos a los invitados moverse, contonearse, tontear con ese seductor que no siempre seduce, pero que seguro te acaba pellizcando el culo. Al otro lado, casi cerrando el programa, Alberto Ruiz Gallardón, el niño aventajado del que todos esperan grandes resultados, el político hermético que habla de su pasión por la música y de su tío abuelo Albéniz, el único que alaba a Aznar, a Fraga y a Rajoy mientras todos piensan por dentro: este tipo miente. O al menos, no dice la verdad.

Y el niño músico soporta los envites, y no pestañea una sola vez cuando defiende “el proyecto del Partido Popular”. Quintero no le ataca demasiado, pero sí le obliga a pensar en la mejor de las respuestas posibles con reflejos de gato callejero y ojos de niño bueno. Termina la entrevista y el alcalde de Madrid dice: “me he sentido como en mi casa”, con un convencimiento de político con cintura, de torero al que le van las distancias cortas. Es la última entrevista de un programa en el que Victoria Abril se pone a cantar después de decir que una polla dura mejora mucho una relación, de que Alejandro Sanz apadrine a ese bellezón energético llamado Lena, y de que Juan Tamariz, el mayor ejemplo de genialidad humilde de este mundo, nos deslumbre como siempre con sus trucos de mesa camilla.

Miro las audiencias del día. “El Loco”, con casi 3 millones de espectadores, se coloca entre “Aquí hay Tomate” y “El diario de Patricia”; por suerte su puchero lleva otros garbanzos.

Y Quintero sigue como siempre, bueno y malo, auténtico y falso, moderno y antiguo, pretencioso y listo, pero a veces, como el martes, regala un buen rato de televisión a esos noctámbulos que suelen quedarse en los bares, un poco borrachos, esperando a que alguien les cuente algo que les separe la vista del vaso.

2006/02/01

Sobre televisión y políticos idiotas

El fracaso del parlamentario británico George Halloway en la versión inglesa de "Gran Hermano", donde el 65% de la audiencia secundó su salida de la casa (el porcentaje más alto alcanzado dentro del programa en todas sus versiones nacionales), merece una reflexión sobre la difícil relación entre la política y la televisión. Y es que los políticos siempre han mirado hacia la televisión con gran apetito, conscientes de que, en nuestra mediatizada sociedad occidental, no existe un vehículo más democrático y con mayor capacidad de amplificación y difusión que el medio televisivo. Este principio básico de nuestra realidad social es el que, entre otras cuestiones, ha favorecido el inevitable acaparamiento por parte del poder político de los medios televisivos públicos, y el que, en último término, está provocando situaciones esperpénticas y ridículas entre nuestros dirigentes y representantes, que cada vez se muestran menos reacios a perder su propia dignidad con tal de acceder a las audiencias.

Sin embargo, la experiencia de Halloway demuestra que los políticos no están bien vistos en televisión. Eso significa que, al menos, aún hay hueco para la esperanza: la ciudadanía todavía parece capaz de discernir entre algo serio como la Res Pública y la frivolidad del medio televisivo. Estamos dispuestos a digerir un debate político, pero nos mostramos inflexibles ante la concurrencia de un político a un programa de telerrealidad. Este matiz no es ninguna tontería: durante años, los expertos en marketing político han sobrevalorado la importancia de la televisión como herramienta de multiplicación de los mensajes políticos y como mecanismo de forjamiento del liderazgo. Sin ser mentira, la experiencia de Halloway confirma que la fama es algo distinto de la popularidad: se puede ser tremendamente famoso pero también tener una imagen nefasta. No basta, pues, con salir en televisión. Esto pone en tela de juicio muchas cosas, desde Vendetta de Alan Moore hasta Un Mundo Feliz de Huxley. Es un lugar común decir que la televisión es un medio idiotizante, pero al menos en Gran Bretaña los políticos han demostrado ser más idiotas que la audiencia.